Estaba volviendo del mercadito que queda a la vuelta de mi casa. Era esa hora en que la helada por venir sale a la cancha a hacer el calentamiento previo. Volvía entonces yo medio como metido adentro de la campera, como uno de esos monigotes de carnaval que tienen la cabeza chiquita apenas asomada entre los hombros.

Justo en la esquina hay una garita de colectivo y cada vez que paso por ahí me da la sensación de que se va asomar alguien para ver si viene el marrón y los dos nos vamos a asustar: yo, por la sorpresa y el otro, por ver a un monigote descabezado. De manera que apuré el paso y traté de no mirar.

Fue peor, porque me dio la sensación de ver una sombra escondida en las sombras.

Estaba por arrancar con carrera march, cuando sentí la voz conocida y tremebunda.

-¿Lo vienen corriendo?-, me dijo.

-Eh, no. ¿Quién está ahí?

-Soy yo, no se asuste. Cómo le va, tanto tiempo…

-Asómese, por favor, que no lo distingo.

-Me extraña, araña. Ya ni me reconoce.

-Pero sí, hombre: usted es el Fantasma. ¿Qué anda haciendo por el barrio?

-Tengo una changuita por acá cerca. El sereno de una fábrica parece que no está haciendo las cosas bien y me encomendaron pegarle un buen susto para que retome la senda de la honestidad.

-¿Pero a usted lo contratan para esas cosas?

-A mí no; a la superioridad. Yo cumplo órdenes. ¿Escuchó hablar de los negocios entre lo público y lo privado?

-Sí, claro.

-Bueno, este es un acuerdo entre lo privado y lo celestial. El mundo ya no es lo que era, amigo. No le puedo dar más detalles. De hecho, hace unos días llegué de un pueblo de por acá, donde tuve que hacer un laburito similar.

-¿Qué laburito?

-Un muchacho que le era infiel a su esposa y había que darle un escarmiento. Así que cuando salía de madrugada de la casa de la amante me le aparecí desde atrás de una ligustrina. Diga que nos dieron un curso de RCP, si no me lo cargaba. No tenía necesidad de hacerlo, pero no lo podía dejar morir.

-Al final, usted es un buen tipo.

-No crea. ¿Usted vio la película esa con Nicolas Cage y Meg Ryan, creo que se llamaba "Un ángel enamorado"?

-No sé, capaz.

-Un ángel que se enamora de una mujer y para concretar su amor tiene que abandonar su condición celestial. Un dilema para el tipo. A mí me anda pasando algo parecido.

-¿Se enamoró?

-No, yo ya le dije que estaba enamorado cuando cambié de categoría. Y el fantasma que nace enamorado queda así para toda la eternidad.

-No me acordaba, discúlpeme. ¿Qué le anda pasando ahora?

-En este pueblo del infartado me pareció ver a mi amada.

-¿Muerta? Perdón. Digo, ¿en calidad de fantasma?

-No: viva. Una chica, joven, de la edad que tenía ella cuando la conocí. Igualita. La otra, la original, debe andar como yo, asustando gente en alguna parte, pero nos está vedado el encuentro. Así son las cosas acá.

-Que bajón. Y la chica esta, la viva, le despertó el amor.

-Le repito: el amor lo tengo despierto desde antes de ser fantasma. Y le juro que no me deja dormir. Lo que hizo fue plantearme la duda que se le planteó a Nicolás Cage.

-La de dejar de ser fantasma, corporizarse y declararle el amor. No sabía que los fantasmas también tenían esa posibilidad.

-No, no la tenemos. Esto no es Hollywood… Pero se nos permite dejarnos ver, a los efectos de dar un buen susto. Pasa que a veces lo usamos para otras cosas. Acá me ve, en una garita charlando con usted.

-Le agradezco. ¿Entonces?

-Y entonces en eso estoy: dudando entre aparecérmele y no. Una angustia.

-Me imagino. Lo que pasa es que la aparición de un fantasma no es algo grato, discúlpeme. Menos para una chica. Y encima, un fantasma que le declara su amor… No sé. Otra candidata al bobazo.

-¿Y quién le dijo que le voy a declarar mi amor? Soy fantasma pero no zonzo. Yo sé que lo nuestro va a ser imposible. Además, sigo enamorado de mi amada; esta chica es parecida, pero no es ella.

-¿Entonces qué quiere?

-Hablar. O mejor todavía: que me hable. Que me cuente de su día, alguna anécdota del trabajo, de lo caro que está ir al supermercado, de Milei… No importa de qué. Pero que me hable. Que me mire mientras habla. Porque uno día me senté a su mesa, la vi charlando con amigas, con un pretendiente que la corteja. Pero no es lo mismo. Yo necesito que esa mirada no me traspase, ¿me entiende?, que se detenga en la mía, que la encuentre y se quiera quedar. ¿Me entiende? Necesito sentirme vivo, aunque sea mentira, no sé si me explico.

-Sí, sí. Yo que usted le meto para adelante.

-Lo que pasa es que tengo todo para perder. Primero: que me le aparezca y se desmaye o algo peor. Segundo: que no se desmaye y me entienda. Tercero: que me hable, que me dedique su mirada. Cuarto: que me sonría. Quinto: que me enamore. Sexto: que no tenga escape.

-El sexto no lo entendí.

-Yo sé que a los fantasmas y a los vivos, en materia de amor nos caben las generales de la ley: el fracaso. Bueno, yo no puedo seguir sumando penas. Ni mucho menos, ilusiones.

-¿Y entonces? ¿Cuál es la duda?

-Es que para el que se murió con un amor pendiente, no hay fantasía más irresistible que la de volver a sentirse vivo; no la de volver a enamorarse. Hágame caso, no se muera enamorado. Ni permita que alguien lo haga.

-Ah, ahora entiendo: por eso lo salvó al muchacho infiel.

-Fantasma, sí. Pero con conciencia de clase.

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