Por estas horas nos llegan noticias no muy gratas de la Casa Blanca. Parece que a Commander, el perro del presidente Joe Biden le sacaron tarjeta roja. Parece que el cachorrón –porque apenas tiene dos años- presenta un carácter fuerte y ya ha mordido a varios empleados de la casa de gobierno. A tal punto que se suscitó una suerte de recelo entre la familia presidencial y el Servicio Secreto, que es el órgano encargado de la seguridad de la máxima autoridad estadounidense, ya que algunos de sus integrantes no pudieron escaparle a los colmillos de la irascible mascota, un pastor alemán al que no le encontraron la vuelta para que deje de morder.

Lo cierto es que los días de Commander en la Casa Blanca llegaron a su fin y lo mandaron a otra propiedad de la familia Biden a los fines de tratar de encontrarle una solución al conflicto.

En el extremo sur del continente, nosotros tendremos lo nuestro, pero las cosas como son: en Argentina pasan cosas pero Dylan –el perro del presidente Alberto Fernández- es más bueno que el pan. Y hasta tenemos otro que manda mensajes desde el más allá.

Y si de perros presidenciales hablamos, la historia de nuestro país arranca mal. Efectivamente, Justo José de Urquiza –para muchos considerado el primer presidente argentino, para otros no, porque ni en eso nos podemos poner de acuerdo- tenía a Purvis, perro bravo si los hubo. Cuentan que fueron cientos quienes padecieron sus tarasconazos. Mordía todo lo que le pasaba cerca, salvo que el propio Urquiza –y sólo él- le diera la orden: “Tranquilo Purvis”.

Lo había adoptado de cachorro en el Uruguay y desde ese momento no se le despegó de al lado. Incluso lo acompañaba en batalla, sin temerle a las estampidas de los caballos ni a los fuegos de artillería.

El animal se hizo ingratamente famoso porque todo aquel que quería entrevistarse con su amo debía pasar por el momento fatal de enfrentárselo, rezando para que Urquiza dijera de una buena vez el “tranquilo…”.

Sabedor del miedo que generaba su perro, el caudillo entrerriano aprovechaba esa circunstancia para mostrar su agrado o desagrado a quienes iban a su encuentro. Si los hacía pasar por los dientes de Purvis, la cosa no venía bien.

Domingo Faustino Sarmiento, quien fue soldado del Ejército Grande que supo comandar Urquiza, lo describió fielmente: “Que se imagine cualquiera las emociones que debía experimentar cada ciudadano argentino al penetrar en aquel antro (la tienda de campaña del caudillo), con el sombrero en la mano, los ojos fijos en el monstruoso perro, su salvación pendiente de un grito dado un segundo más tarde del momento oportuno, mostrando ante un extraño síntomas de terror que nos presentaban en una luz desfavorable y a veces ridícula”.

“El perro Purvis, pues, muerde a todo el que se acerca a su amo –graficó-. Esta es la consigna. Si no recibe orden en contrario, el perro muerde. Un gruñido de tigre anuncia su presencia al que se aproxima”.

El sanjuanino contó que en una oportunidad fue convocado por Urquiza a su tienda. “Hoy me muerde”, les dijo a quienes estaban con él en ese momento. Y acudió a la cita con su mano derecha sobre el puño de su sable, dispuesto a todo. Por cierto, Sarmiento era un amante de los cuscos: fundó la Sociedad Argentina para la Protección de los Animales e impulsó la ley que lleva su nombre. Pero con Purvis no había manera.

Conociendo esta historia muchos nos preguntamos dónde estaba el perro aquel atardecer el 11 de abril de 1870 cuando una partida de 50 criollos enviados por López Jordán asesinó a Urquiza; cómo podía ser que no lo hubiese defendido.

Pero Purvis estaba muerto algunos años antes. Si no, quizás la historia no nos movería la cola, pero seguramente hubiera sido otra.

Últimas Noticias

Fuera perro