Guy, Jorge Luis y la locura

En la casa de mi padre, en Mar del Plata, donde yo pasaba las vacaciones de verano no había muchos libros. Algunos autores clásicos convivían a desgano con tres o cuatro best seller pasados de moda. Forsyth junto a Kant, Hailey con Unamuno, Peter Benchley yTolstoi en un mismo estante.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailCreo que fue en una de esas temporadas que leí por primera vez a Guy de Maupassant e intenté lo mismo con Jorge Luis Borges. Con el francés pude; debieron pasar algunos años para “entender” al autor de El Aleph. Y muchos años más para intentar alguna comparación entre ambos. O si se quiere, una diferenciación: uno padeció la ficción en carne propia; el otro, jugó con ella. Ambos, afortunadamente para nosotros, la escribieron.
“Los cuentos de Maupassant nos enseñaron que lo fantástico no necesita dragones, sino una mirada torcida sobre lo cotidiano.” Así escribe Borges, como si dijera algo simple. Pero esa frase encierra una verdad que incomoda: que lo fantástico no está lejos, sino acá a la vuelta o en la habitación del fondo, en un pliegue casi imperceptible de la percepción, en lo que cambia de forma sin cambiar de lugar. Lo monstruoso no siempre llega con garras ni colmillos; a veces basta con una sombra que se escabulle, una taza que dejó de estar donde un segundo antes. La locura puede ser una de las formas del realismo más absoluto.