Son jóvenes… qué sé yo. En estas cosas quisiera entenderlos, pero no lo logro. Como en tantas otras.

Estoy manejando, suena el celular. Sé que es uno de mis hijos: tienen un sonido asignado y son de los pocos contactos sin silenciar.
Busco un lugar para estacionar. Porque si no leo o escucho el mensaje, voy a ser todo ansiedad hasta llegar a destino.
Encuentro lugar en la Plaza del Tanque, sobre Sarmiento. No suelo estacionar ahí: rara vez hay espacio, y el cordón es tan alto que una vez no pude abrir la puerta. Tuve que salir por el lado del acompañante. Una odisea de torpezas que preferiría no repetir.

El mensaje es de una de mis hijas: me pregunta si tengo una herramienta —por cómo la describe, intuyo que se refiere a una sierra caladora— para prestarle.