Insensatez

Yo en ese entonces también tenía mucho pelo. Pero distinto al de ella. El mío era –es, poco pero sigue siendo- más finito, de manera que no nunca llegó a ser un matorral, un bosque tropical de enredaderas, lianas, tallos y hojas enmarañadas. Vivo, salvaje. Como todo lo que late. El de ella era así.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailPor lo demás, en el colegio me hacían pasar seguido por el peluquero y para esa altura del verano –enero, febrero como mucho- apenas si tenía tres meses de crecido. El de ella venía desde que ella era ella; mínimo desde los doce años, desde esa edad en que las chicas se rebelaban y le decían a la madre que se iban a dejar el pelo así, libre. Se empezaba por el pelo en aquellos tiempos. Entonces, llevaba cuatro años sin cortarlo. Doce años de vinchas y colitas y trenzas; cuatro, de liberación.
Cuando yo la conocí (si conocerla fue verla casi todos los días de un verano en el colectivo) su pelo estaba en estado de alerta y movilización permanente.