La penumbra

En la casona de la calle Brasil, la penumbra no era una cuestión de luces, sino de tiempo, de clima, de miradas. Los días parecían haberse detenido en aquel lugar como se detiene en los mausoleos, en los museos a la noche, en los galpones abandonados.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailLas cortinas cerradas, los relojes cubiertos con paños para amortiguar el paso de las horas, el susurro de las pisadas amortiguado como si alguien pudiera despertar al anciano con algún otro sonido que no fueran las voces lejanas que llegaban de la calle atravesando los cortinados pesados como párpados.
Hipólito Yrigoyen, dos veces presidente, derrocado y humillado, yacía en una cama que más que un lecho parecía la trinchera de una batalla con destino inexorable. No hablaba. Apenas movía los ojos. Había quienes decían que aún pensaba, que no necesitaba hablar para seguir gobernando con la mente un país que le fue arrebatado.