Las voces y la tierra

En la llanura abierta, donde el cielo pesa como un mandato y el viento habla con voces antiguas, Caballo Loco (Tasunka Witko, el sioux que una vez soñó con un caballo salvaje y se ganó el nombre) no era un hombre a caballo: era un eco que galopaba con la furia de los espíritus. No era jefe en el sentido blanco. Su mirada, como un cuchillo, cortaba el miedo en los corazones de los guerreros sioux y cheyenes. Esa era su autoridad.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEl 25 de junio de 1876 la tierra crujía con un presentimiento: algo se estaba por romper. Y aquel hombre que galopaba entendiendo las voces del viento tendría algo que ver.
El campamento era un mar de tipis a orillas del río Greasy Grass, como lo llamaban los lakotas. Hombres, mujeres, niños, ancianos. Se contaban por miles. Habían venido de todas partes: los hunkpapas de Toro Sentado, los oglalas de Caballo Loco, los cheyenes del norte, los arapahoes. Los convocaban esas voces y una razón: defender la última gran libertad del pueblo de las praderas. Porque el gobierno de los blancos de Estados Unidos, con su hambre de oro y de tierras, había quebrado todos los acuerdos.