Los rusos

Recién ayer, a eso de las cuatro de la tarde, cuando se cortó la luz en casa y quedé a oscuras empecé a sentir que comenzaba a aflojar un malhumor que me viene acompañando desde hace varios días.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailIncreíble, ¿no?, porque no solo se me cortó la luz y quedé a oscuras (sin internet ni nada), sino que hacía rato que no le había puesto “guardar” a lo que estaba escribiendo. Es decir, algo o mucho de mi trabajo se había perdido (el “autoguardado” es azaroso o yo no lo sé usar). Así y todo, empecé a sentir que cierto estado de armonía comenzaba a invadir mi cuerpo. De afuera hacia adentro, como toda invasión. Se estaba yendo el calor insoportable de las últimas jornadas.
Al oscuro –porque el cielo se puso bastante negro- y sintiendo que afuera comenzaba a llover y a soplar un viento amenazante empecé a recuperar mi estado de normalidad. Que está lejos de ser el de un tipo alegre y optimista, pero que tampoco es el del colérico que venía siendo. Ni siquiera furioso, porque para estar furioso se necesita de cierta actitud corporal, determinado estado físico, que acompañe esa rabia. Actitud que no tuve durante todos estos días en los que fui casi una babosa tibia. Caliente.