-Así que hipertenso...

-Así que enfermera.

Y todos los deseos que él había acumulado en los últimos diez minutos, de que ella no lo reconociera o si lo reconocía se hiciera la tonta (como él, cuando la vio y no tuvo dudas de que era ella) se desmoronaron.

Por segunda vez en su vida se sintió un chiquilín; en la primera, tenía 13 y fue hace medio siglo. O quizás uno entero.

Ahora estaba mareado y le dolía la cabeza. Tanto que decidió por sí mismo ir a la guardia. Era eso o la iglesia, por el último sacramento. Lo que tiene de porfiado lo tiene de miedoso y de ateo. Nunca tuvo nada, de hecho la última vez que había pisado ese lugar fue en su adolescencia, cuando un perro traicionero le hundió los colmillos a la altura de la pantorrilla. Pero la rabia la sentía ahora, ni bien la vio ingresar al box donde lo había mandado el médico hasta que se le normalizara la presión.

De haber estudiado estadísticas y si supiera la cantidad de enfermeras que trabajan en el hospital hubiera sacado un cálculo de probabilidades. Ni estudió ni tenía ese dato. No obstante, llegó a una conclusión: "una en mil millones de que fuera ella, justo ella, la que me tenía que dar la inyección".

Debió imaginarlo cuando la vio leer la planilla que había firmado el médico y que tenía su nombre y apellido en los dos primeros casilleros. "No debo ser el único que se llama así", se ilusionó. De hecho, cierta vez leyendo la sección Sepelios y Participaciones del diario se encontró con su nombre y apellido.

Pero ahora estaba vivo. Por el momento.

-Por favor, recuéstese sobre la camilla y aflójese el pantalón.

Un hombre con el pantalón a media asta es la imagen de la indefensión de toda la humanidad.

-Esto apenas le va a doler-, le dijo ella, para colmo.

Recién entonces, mientras el líquido entraba a su cuerpo, ella desbarató las ilusiones de que pasaran como dos desconocidos.

-Así que hipertenso...

Se sintió un chiquilín por haber intentado hacerse el que no la conocía. Pero esta vez, a diferencia de la del siglo pasado no se quedó callado. Hubiera sido mejor.

-Así que enfermera...

-Sí, pero hace poco que trabajo acá. Estuve viviendo en Córdoba mucho tiempo. Los chicos crecieron, se independizaron y se fueron a Buenos Aires, por eso volví al pueblo. ¿Vos?

-También crecí y me independicé. Varias veces. Como cuatro. ¿Vos?

-Dos.

-¿Dos qué?

-Dos veces me casé y dos me separé. Creo que era esa tu pregunta.

-Sí.

-¿Qué te pasó?

-¿Con las separaciones? Inestabilidad emocional.

-No, con la presión.

-Bueno, casi lo mismo. Supongo que todos los tipos que llegan a esta edad están hipertensos y divorciados en grandes dosis. O deberían estarlo.

-No todos. Hay algunos que llevan una vida ordenada.

-Yo venía bien, hasta los 13.

-¿Qué te pasó a esa edad?

-Me colgaron la galleta.

-Ya por entonces decir "colgar la galleta" era antiguo.

-Ok. Me echaron fly.

-Vas mejorando. ¿Sabés que sos un adelantado?

-Sí, claro. Aunque no sé en qué sentido lo dirás vos.

-Que ahora los varones tienen en claro que no es no. Creo que sos el único tipo que conocí que ante un no pegó la vuelta y se fue.

-Claro, ahora me vas a decir que tu no fue un sí.

-No sé. Ya ni me acuerdo. Pero no hubiera estado de más un poquitín de insistencia.

-Controlame la presión otra vez: debo andar por arriba de 23.

-No, esto que te inyecté te estabiliza enseguida. Bueno, como sea, me alegra haberte visto.

-Me imagino: debe ser hermoso encontrarte con el que quiso ser tu noviecito adolescente encallado en una camilla de hospital con medio traste al aire y con más presión que una rueda de tractor.

-Estoy acostumbrada.

-¿A decir que no?

-También.

-Me mentiste.

-Si te decía que te iba a doler mucho te hubieras puesto más tenso todavía.

-No te estoy hablando de la inyección, sino de aquella vez.

-¿Por?

-Porque me dijiste que novios no, pero amigos sí. Y nunca más nos vimos.

-Vos fuiste el que dejaste de bailar en la mitad del tema, te fuiste del asalto y no apareciste nunca más por mi vida.

-Me dio mucha vergüenza. Como ahora.

-Decime, ¿vos no maduraste, no?

-Definime madurar.

-Me parecía. Decime otra cosa, ¿me salvé de vos?

-Providencialmente.

-Ok, gracias. Dejame que te tome la presión otra vez.

-¿Cuánto tengo?

-Esperá... 12-8. Ya estás bien. Ahora le digo al médico que te firme el alta.

-Me da no sé qué decírtelo, pero espero no volver a verte.

-Polvo en el viento.

-¿De qué estás hablando? No me asustes.

-Del tema que quedó por la mitad: Polvo en el viento, Dust in the wind.

-Ah, no me acordaba.

-Me imaginé.

Él se volvió a casa silbando y con la satisfacción de haberle mentido. Por última vez.

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