Schrödinger, vientos y presagios

Algunas ramas sueltas en las calles, bolsas de nylon que aún flotaban en la tarde, la maceta caída en algún balcón y un silencio denso. El viento del lunes ya había amainado pero entrada ya la noche quedaban esparcidas las consecuencias de su furia. El aire estaba fresco y necesario.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailHoras antes había soplado un viento loco, indomable, pegajoso de polvo y presagios de que algo podía ocurrir o estar ocurriendo en ese momento. No le temo a los vientos en general; pero esos me inquietan.
En eso iba pensando, cuando a unos veinte metros de mi auto, un gato negro saltó de una ventana a la vereda y de ahí caminó hacia la calle con la intención de cruzar. Frené, me miró, flexionó las cuatro patas y pareció pegarse al piso, como para darse impulso en el salto o para quedarse ahí nomás, agazapado. Le pedí –como se piden estas cosas, con la mente o el alma o la mirada- que se quedara allí, que no se le diera por cruzar porque ya no había tiempo de nada.