Un lunes de perros, climatológicamente hablando. Desde la mañana supe que el entrenamiento de fútbol de mi hijo menor se iba a suspender. Contrariamente a lo que habría de suponerse (?) le gusta entrenar. En más de una ocasión le he planteado no ir (días fríos, en los que me da mucha fiaca llevarlo hasta el predio) y la respuesta siempre es la misma:

-No pienso faltar, papá. Tengo que entrenar. Además, me gusta.

En preguntas y respuestas como esas, a veces siento que la relación (entre adulto/menor o responsable/adolescente se invierte).

Sabía entonces que su tarde de lunes estaba frustrada y como el tiempo laboral me lo permitía, no lo dudé:

-Hijo, ¿querés ir al cine esta tarde?

-Sí. ¿Qué vamos a ver?

-La última de Misión Imposible.

-¡Genial!

Hemos visto la saga completa, más de una vez. No es el estilo de cine que me guste, pero a fuerza de repetición, compañía y comentarios post película, puede decirse que ya estoy en el club fans.

De camino, lo puse al tanto:

-Compré las entradas por internet.

-Ah.

-Me llegó un código y qué se yo. Hay unos aparatos donde tengo que poner no sé qué cosa y el código y me dan los tickets.

-Sí.

-La última vez que lo hice algo salió mal y tuve que pedirle a la chica de la boletería que me ayude.

-Ay, no. ¡Papá!

-Soy nativo analógico.

-¿Qué?

-Nada. Si vos podrías hacerlo por mí.

Obvio. Cinco segundos tardó y me miró de reojo, sobrador.

-Ya sé, es facilísimo. Para la próxima no te pido ayuda.

La peli es larga, con mucha acción obviamente, muy bolacera, claro. Pero muy. Y no sé si mantiene el ritmo de las mejores de la saga. Las escenas en un submarino y en un avión fueron demasiado fuertes para mí (estoy empezando a sospechar que no solo el cine de terror me da miedo).

Por lo demás, mi hijo me hizo apenas un par de comentarios mientras la mirábamos. Uno fue una suerte de anticipo: “vas a ver que este se muere…”.

-Hijo, si ya sabés cosas no me las cuentes.

-No, papá. No vi nada. Te estoy comentando. Es un presentimiento.

Media hora más tarde, el que dijo que se iba a morir se murió.

-Te dije.

-No me engañes.

-Te lo juro.

Segundo comentario:

-Pa, vos me dijiste que Tom Cruisse tiene tu edad.

-Sí.

-…

-¿Qué?

-No, nada.

-No te hagás el vivo. El tipo trabaja de eso, con su cuerpo. Además hace una dieta medio rara que un día te voy a contar. Pero es asquerosa.

-¿A qué edad corrías así vos?

-A ninguna.

-Ah.

Cuando terminó, hubo aplausos a los que se sumó entusiasta mi hijo. Yo también, no del todo convencido.

El viaje de vuelta fue una enumeración de las virtudes de la película que –según él- la convierten en una “seria candidata al Oscar”.

-Se lo merece. Y Tom Cruisse también. Sobre todo porque es la última Misión Imposible que va a hacer.

-Para estas pelis anda bien, pero es medio de madera actuando, hijo. Digamos todo.

-Vos de envidia, papá.

-Ah, justito. Mirá que le voy a tener envidia a este tipo. Envidia yo… A Tom Cruisse. Ja.

Confieso que pretendo tener una relación honesta con mi hijo. Pero todo tiene un límite.

No le voy a andar dando la razón así porque sí. Con cualquier cosa. Con cualquier coso.

O sea.

Sí.

Envidia es la palabra exacta.

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