Siameses

A veces tengo la sensación, incluso física, de que ando unido a un siamés. Algo así como un hermano, un ser muy parecido a mí, pero no del todo, que llevo pegado.
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailPor lo general, lo padezco como una carga. Sobre todo, en días en que estamos unidos por el pecho. Entonces, quiero ir para adelante y lo tengo ahí, de frente, como frenándome. O empujando, si retrocedo. Y eso ya es mucho. Pero nada si se lo compara con su mirada.
En esos días, no habla –nunca habla, bah-: simplemente me mira. Y sus miradas son siempre, inequívocamente, de desaprobación. Si digo algo un tanto controversial, ya sea en una reunión de amigos, en el ámbito laboral o incluso en la intimidad de una pareja, revolea los ojos en señal de censura. Y yo automáticamente pienso ´¿y ahora qué? ¿qué fue lo que dije? ¿metí la pata?...´ Pero como está mudo, no me responde. Es decir, sabe lo que estoy pensando, pero se queda callado, mirándome fijo –luego de la revoleada de ojos-. Cuando lo hace más de dos o tres veces en un día, opto por quedarme callado.