Entro al bar y es lo primero que veo. Casi todas las mesas están ocupadas, pero el que sobresale del resto es él, como si estuviera elevado, un poco por encima de todos, de todo. Porque además de robusto -hablo, claro, de mi amigo El Gordo- es alto. Y esas características inspiran, al menos en momentos como este, cierta ternura.

En la primaria pasaba lo mismo. Los maestros lo mandaban a los bancos del fondo, porque si no tapaba a cuatro o cinco chicos. Quizás de aquella obligada ubicación le provenga su espíritu rebelde. Indomable.

Pero ahora está solo, sentado a una mesa que da a la calle, contemplativo. Un rayo de sol le da justo en la cabeza. Se está quedando pelado, pero no se lo voy a decir. Insisto, hoy me inspira ternura.