Björn Andrésen: de ícono adolescente a testimonio de abuso y silencio
Fue “el chico más bello del mundo”, pero detrás del mito había una infancia rota, abusos silenciados y una vida marcada por la mirada ajena. A medio siglo del estreno del film de Visconti, Björn Andrésen pudo contar su verdad.

Por años, su rostro fue sinónimo de belleza idealizada. En 1971, el adolescente sueco Björn Andrésen deslumbró al mundo en Muerte en Venecia, dirigida por Luchino Visconti. Interpretó a Tadzio, un joven silencioso y etéreo que encarnaba la obsesión estética de un escritor en decadencia. La imagen de Björn recorrió el planeta, pero nadie miró más allá del ícono. Nadie preguntó qué pasaba con ese chico de 15 años que, en silencio, cargaba con una historia familiar trágica y una fama no deseada.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailLa infancia de Björn estuvo marcada por la pérdida. Su madre, Barbro, una pianista frustrada, se suicidó en 1965. Tenía apenas 10 años. Fue criado por su abuela en un departamento gris de Estocolmo, en un ambiente atravesado por la tristeza y el silencio. Nunca supo exactamente cómo murió su madre. Tampoco conoció a su padre. Desde entonces, creció con preguntas sin respuestas y una sensibilidad que lo volvería vulnerable a las exigencias del mundo adulto.
A los 15 años, fue elegido por Visconti tras una larga búsqueda internacional. Su rostro parecía tallado en mármol: era la figura que el director italiano necesitaba para encarnar la belleza platónica. En Muerte en Venecia, Tadzio no dice una palabra. No necesita hacerlo: su presencia basta para desencadenar la crisis existencial del protagonista. Pero fuera del set, Björn también era tratado como una estatua: deseado, exhibido, manipulado.
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Durante la promoción de la película, el joven actor fue expuesto a situaciones abusivas. Lo llevaron a Tokio como estrella pop, lo obligaron a cantar en japonés, lo vistieron como un muñeco, lo manosearon en fiestas. “Todo eso me resultaba profundamente incómodo”, diría décadas más tarde. Nadie hablaba de consentimiento. Nadie cuidaba de él.
Durante años, Björn se refugió en la música, en intentos fallidos de anonimato y en un silencio espeso. Luchó contra el alcohol, perdió una hija por muerte súbita, crió solo a su hijo, y trató —como pudo— de recuperar su identidad. Pero el mundo seguía viendo a Tadzio, no a Björn.
Recién medio siglo después, pudo narrar su historia en el documental The Most Beautiful Boy in the World, dirigido por Kristina Lindström y Kristian Petri. Allí rompió el silencio. Habló del suicidio de su madre, de la cosificación, del abuso, de la fragilidad de un niño transformado en ícono global sin pedirlo. No busca venganza, repite. Solo quiere que su experiencia no se repita.
Hoy, vive en un departamento modesto al norte de Estocolmo. Tiene un gato, un piano y la calma que le fue negada durante años. En 2019 volvió al cine con Midsommar, de Ari Aster. Interpretó a un anciano sin maquillaje, sin filtros. Por primera vez, se sintió tratado como un actor.
Björn Andrésen no es más “el chico más bello del mundo”. Es un hombre que sobrevivió a esa belleza, a esa mirada, y que finalmente pudo contar su historia.