Donald Trump, un multimillonario con las obsesiones de triunfar y ser adorado
En los últimos cuatro años, como presidente del país más poderoso, mantuvo el mismo liderazgo y personalidad que lo convirtió en uno de los empresarios multimillonarios de Estados Unidos más narcisistas, mediáticos y con una comprobada tendencia a exagerar logros y esconder fracasos.
Recibí las noticias en tu email
“Creo en el trabajo duro. Creo en estar preparado y todo eso. Pero en gran parte, creo que la cosa más importante es la habilidad innata”, le explicó Trump a uno de sus biógrafos, Michael D’Antonio, cuando aún no coqueteaba en serio con llegar a la Casa Blanca.
Esa definición acompañó su carrera y, en estos últimos tiempos, una presidencia marcada por el apoyo de la derecha religiosa, de los sectores más abiertamente racistas del país y un discurso nacionalista, aislacionista y unilateral.
El mandatario de 74 años es el cuarto de cinco hijos de una familia de Brooklyn, Nueva York, y él mismo afirma que su modelo de empresario y líder fue su padre, Fred, el desarrollador inmobiliario que logró amasar una fortuna construyendo edificios de departamentos para la clase trabajadora, principalmente en ese barrio.
Trump, a quien mandaron a un liceo militar porque solía empezar peleas con sus compañeros, no era el heredero natural de Fred ni el hijo más brillante, pero terminó siendo su preferido y al que ayudó con su fortuna a construir un emporio propio con un perfil muy distinto.
El joven y ambicioso Trump buscó salir de Brooklyn, el barrio donde su padre se había garantizado los contactos políticos necesarios para crecer, y buscó oportunidades en Manhattan.
Su objetivo ya no eran edificios con terminaciones y decoración modestas para la clase trabajadora, sino mucho brillo y glamour para las mayores fortunas de la ciudad, del país y del planeta, el mismo selecto mundo social al que estaba decidido a pertenecer.
Crecimiento y tropiezos
Primero con la ayuda de la fortuna de su padre y luego con el crédito garantizado de sus buenos contactos cultivados en Wall Street y los beneficios obtenidos del Estado, Trump construyó un emporio de hoteles, condominios y casinos, que luego se extendió a concursos de belleza internacional y un exitoso reality show.
Trump se ha congratulado en infinitas oportunidades de este ascenso arrollador, pero, en cambio, ha evitado hablar sobre las cuatro veces que presentó la bancarrota de una parte de sus negocios, cuando el peso de sus deudas ya hacían peligrar sus buenos contactos.
Mark Singer, un periodista que escribió en 1997 un extenso perfil del entonces millonario en la revista The New Yorker y luego publicó un libro titulado “Trump y yo”, lo describió en toda su complejidad:
“Un adicto de la hipérbole que divaga por diversión y ganancia; un constructor con experiencia y con asociados que expresan admiración por su atención por los detalles; un narcisista cuyo egocentrismo no eclipsa su habilidad para explotar las debilidades de los otros; un joven perpetuo de 17 años que vive en un mundo de suma cero de ganadores y perdedores, de amigos leales y completas basuras; un sabueso insaciable que corteja a la prensa todos los días por publicidad y luego no le gusta lo que lee y ataca a los mensajeros”; y la enumeración sigue.
Nadie cuestiona su fortuna y su fama, sin embargo, sistemáticamente Trump ha exagerado ambas.
Por ejemplo, antes de presentarse como candidato a la Presidencia, la revista especializada Forbes estimaba su fortuna en unos 3.700 millones de dólares, pese a que Trump repetía una y otra vez que superaba los diez mil millones. (Télam)