Necrológicas
MARIANO CARLETTI
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El 28 de febrero de 1969, Mariano Carletti, Marianito para los amigos, “El Marian” para otros, llegó a este mundo. Nacía ese día un artista de los momentos.
Aproximadamente treinta años después de su llegada, se dispuso a tallar y erigir su obra culmine. En un día de esos tiempos, él, sentado en su piedra de granito junto al pino que lo sobrevivió, observaba el inhóspito paisaje. Ella (María, su mujer, o “Marta”, como él la llamaba) y sus tres retoños lo acompañaban inconscientes del futuro y de la obra que imaginaba dentro de su abstracto pensamiento. Sus pies, aunque invisibles a los ojos materiales de los que lo veían delirante, flotaban alrededor de las paredes ya construidas en su sueño, y programaban lo que para el resto de sus días sería “La quinta de los Carletti”. Ningún atisbo de urbanidad adornaba en ese entonces los agrestes paisajes de la zona, sólo ellos y él, con su ilimitada locura, le agregaban vida a la roca y al pino.
-¡Marta! Acá tiene que ir el living, con vista a Las Ánimas. Acá la habitación de los chicos…, etc., etc. ¡Mariano, esto es el cul.. del mundo!
Más allá de su racional mirada, “Marta” siempre lo persiguió en sus sueños que luego construyeron y alcanzaron juntos. Inmediatamente detrás del primer paso que dieron, sus pequeños amores (Delfi, Pili y Valen), apenas atentos a las “cosas de grandes”, comenzaron a corretear por el lugar, sin percatarse de que estaban cavando los primeros cimientos del sueño que durante las siguientes dos décadas no cesó de crecer y erigir momentos.
Hoy el lugar está como él lo soñó, cargado de plantas, de detalles inusitados, y de momentos vividos. Todo sucedió ahí, en ese sitio en donde él con su arte le dio a cada instante la energía exacta. Cada visitante que arribaba se transformaba sin saberlo, en parte del lugar, era recibido por esa energía particular que él no ostentaba pero que naturalmente emanaba, y se iba con la llave para volver cuando su cuerpo se lo pidiera, y ahí, sin más pretensiones que las de regalarle su compañía y sin límites de tiempo terrenal, Mariano, “el constructor de momentos” improvisaba otro instante. “Un vinito”, “un churrasco para cortar la semana”, o simplemente ofrecer su lugar para un encuentro nuevo y para sellar su arte.
Así fue que absolutamente improgramado, temerariamente romántico, Mariano flotó libre y sin mayor propósito que el de su propio designio: vivir los momentos para cargar cada uno de ellos en su alma y en la de sus seres queridos.
El 29 de noviembre de este maldito 2020, se fue de gira, y porque así lo hacen los que nacieron dotados por un don artístico, el de Mariano era el de “construir momentos”.
“Todavía cuesta concebir su partida, todavía no nos resignamos a su ausencia. Nos quedará impregnada su locura, nos quedará grabada su risa espontánea, y jamás soltaremos el recuerdo.
Esa tarde que nos dejó, mientras él en silencio ya preparaba su viaje, nos dio su último instante para despedirlo, y así fue que luego de dibujar una sonrisa en su rostro, suspiró el último pedazo de vida y se llenó de paz.
Se embarcó en su inmensurable alma y se despidió para siempre de su colorido espacio.
Abandonó el minúsculo mundo y se elevó eternamente hacia su imagen. Y cerrando despacio sus ojos, aliviado, contempló el universo infinito. Poesías, perfumes y colores. Abrazos, caricias y canciones. Momentos, festejos y sabores.
Un ayer eterno. Es todo lo que cargó. ¡Chau Marianito, buen viaje!”.
ESTHER CELINA NÚÑEZ
Esther Celina Núñez nació el 22 de diciembre de 1937, en la ciudad de Dolores. Se casó muy joven, a los 14 años, y fue madre de tres hijos María Esther, Francisca Eloisa y Jesús Ramón Matos.
Fue una gran luchadora de la vida, pese a que quedó viuda siendo muy joven. Con el paso de los años, disfrutó de sus nueve nietos y 6 bisnietos.
Sus hijos, hijos políticos, nietos, bisnietos la recordarán con todo el amor que supo repartir.
MARCELO ANSELMO MOLINA
Nació en la ciudad de Tandil el 30 de septiembre de 1959, y fue el primer hijo de Ana Francisca Sarasola y Juan Anselmo Molina. Desde pequeño fue alegre, disfrutaba de practicar deportes, compartiendo la pasión por el fútbol con su padre.
Cursó todos sus estudios en el colegio San José, institución por la que siempre conservó un cálido aprecio, no sólo por los valores que allí aprendió, sino también por las amistades que supo cultivar y mantener durante toda su vida. Cualquiera de sus amigos podrá dar cuenta de su calidad como ser humano, siempre dispuesto a ayudar y brindar palabras de aliento.
En 1978 fue sorteado para realizar el servicio militar, experiencia que marcó a fuego su memoria, nutriéndole de anécdotas que solía contar a amigos y familia. En 1980, mudó su vida a Buenos Aires para estudiar Derecho en la UBA y una vez que obtuvo su título regresó a su ciudad natal para reencontrarse con María Cecilia Blanco, con quien había estado de novio durante todos esos años. En 1989, María y Marcelo se casaron y un año después recibieron a Emilia, la primera de sus tres hijos: en 1992 nacería Manuel y en 1995 Tomás.
En paralelo, la vida profesional de Marcelo se desarrollaba en el Tribunal de Trabajo, desempeñándose en un principio como secretario y siendo nombrado juez en 1991. Su dedicación a la hora de llevar a cabo su trabajo fue una consecuencia directa de su pasión por la profesión, su compromiso con sus ideales y la generosidad con la que se entregaba a todos los proyectos de los que formó parte, destacando su participación en “Edificando el futuro” (asociación orientada a la autoconstrucción). También encontró en la docencia la posibilidad de compartir sus conocimientos y entusiasmo a las próximas generaciones de profesionales.
En el año 1995 fue diagnosticado con leucemia. Desde ese momento sus familiares fueron testigos de su fortaleza y amor por la vida, virtudes gracias a las cuales pudo afrontar esa enfermedad y demás dificultades que atravesó en su vida, aferrándose a la fe y el amor que sentía por su familia y amigos.
Marcelo fue un paciente ejemplar, pues comprendió muy temprano que sus oportunidades de superar la enfermedad dependían de cumplir con las recomendaciones médicas. Su fuerza y compromiso le permitieron seguir disfrutando de la vida durante veinticinco años más, viendo crecer y convertirse en buenas personas a sus hijos, por quienes, junto con María, sentían un gran orgullo. A su vez, sus hijos sienten el orgullo de haber sido acompañados por su padre durante este invaluable tiempo, aprendiendo de su ejemplo y su apoyo incondicional. Sus enseñanzas y sus actos de amor permanecerán siempre junto a ellos.
Frente al dolor de la pérdida, su familia no puede más que alegrarse al constatar en el cariño y las palabras recibidas por todas las personas que lo conocieron y apreciaron, que Marcelo fue un hijo dedicado, un hermano comprensivo, un esposo y padre amoroso, y un amigo entrañable. Su personalidad positiva, generosa, alegre, con un sentido del humor inquebrantable y una búsqueda por la justicia en todos los aspectos de la vida son lo que tanto su familia y amigos atesoran, abrazando el legado de Marcelo y lo que él tan bien supo transmitir: que cada día es un regalo y merece ser vivido.
Falleció el 9 de diciembre de 2020. “Hasta el último momento, nos transmitió su voluntad de aferrarse a la vida y la esperanza. Marcelo siempre tendrá un lugar privilegiado en el corazón de todos los que tuvimos la inmensa dicha de conocerlo y de disfrutar de su compañía”.
GEMMA LAURA DANILOVICH
Gemma Laura Danilovich nació, en Tandil, el 15 de noviembre de 1954, y falleció el 30 de noviembre de 2020, a los 66 años. Se casó con Juan Carlos Fernández, y tuvieron dos hijos: María Felicitas y Juan Manuel.
Dedicó su vida a cuidar a su familia. Fue un ejemplo de madre, abuela, hermana y tía. Trabajó muchos años en el diario Nueva Era, al cual fue muy fiel. Fue una muy buena amiga, siempre rodeada de las personas que quería, de las cuales disfrutaba mucho y la hacían muy feliz.
“Te fuiste demasiado pronto, tus hijos, tus nietos Juan Bautista, Ignacia, Santiago y Charo y tu esposo todavía te necesitaban mucho. El vacío que dejaste es imposible de llenar, ya que dedicaste tu vida a cuidarlos, sin olvidar el dolor que dejaste en tu hermana Graciela y tus sobrinos. Sólo deseamos que, estés donde estés, nos ayudes a pensar que estás mejor y nos sigas guiando y cuidando.
Siempre vas a vivir en nuestros corazones. Te amamos y te recordaremos por siempre”.
NÉSTOR GREGORIO HERMIDA
El pasado 6 de diciembre del 2020, a los 84 años, falleció Néstor Gregorio Hermida, causando mucho dolor su desaparición física entre sus seres queridos.
Nació el 29 de septiembre de 1936, y era hijo de Victoriano Hermida y Manuela Estefanía, además del menor de cinco hermanos. Nació y se crió en el campo. Tomó su primera comunión en la Iglesia de Ramón Primero y cursó la primaria en la Escuela 5, donde se llegaba a caballo.
A los 14 años vino a la ciudad y empezó a trabajar de cadete en Casa Aduriz, donde con el paso del tiempo llegó a ser vendedor del salón. Luego pasó a ser repartidor de leche suelta, donde todas las madrugadas se iba a caballo hasta un campo cercano a estación De La Canal, donde ayudaba al tambero a ordeñar y luego regresaba a la ciudad para repartirla en un carro número 55.
Luego de dejar el carro, siguió recorriendo los barrios de Tandil con su oficio de sodero, una empresa que montó con el esfuerzo de él y su esposa. Era conocido en la ciudad como “el flaco” Hermida y su gorra visera. A los 29 años se casó Gladys Fernández, el amor de su vida, compartiendo 55 años juntos y con quien tuvo dos hijos, Graciela y Claudio, y tres nietos Stefanía, Natalia y Simón, a los que brindó mucho amor.
Siendo Simón, el más pequeño, el motor de su último tiempo, también quería muchísimo a su ahijada Marcela, quien estuvo a su lado los últimos días.
Hincha fanático de Boca Junior y Ramón Santamarina, los dos clubes de sus amores. Era apasionado por la caza y la pesca deportiva.
Fue un hombre muy conocido y querido, honesto y generoso; una persona que siempre se enorgulleció de su familia a la cual le dejó el legado de honestidad y cultura del trabajo. El mejor esposo, padre y abuelo de carácter fuerte pero divertido y pícaro. En el último tiempo de su vida aceptó al Señor Jesús y partió a su presencia.
“Te vamos a extrañar mucho, siempre vas a estar en nuestros corazones. Descansá en paz. Un inmenso beso al cielo hasta que nos volvamos a encontrar”.
LILIAM RENÉE CUCULICH DE GARMENDIA
Nació el 16 de marzo de 1932 en Tandil, y era hija de Juan Cuculich, oriundo de Yugoslavia, y Josefina Antonich, nacida en Argentina y de iguales raíces. Tuvo una infancia plena de la mano de su querida hermana Vilma, en los adentros de la cantera de Cerro Leones, donde su padre trabajaba como mecánico.
Años más tarde, ya radicada en la ciudad, en la famosa casa de la calle 9 de julio al 1000, cursó sus estudios secundarios en la Escuela Normal Superior José de San Martín, recibiendo al finalizar el título de maestra.
A la edad de 16 años, en ese mismo establecimiento, conoció a su gran amor: Oscar Garmendia, hijo del farmacéutico de “La Dinamarca”, con el que compartieron toda la vida. Esa hermosa vida juntos trajo consigo la más difícil situación que cualquiera pudiera atravesar: la decisión de adoptar a sus tres sobrinos pequeños siendo ya padres de dos hijos de similares edades. Y así, de repente, la vida simple que conocían se transformó para dar paso a una gran familia con cinco hijos, que años más tarde volvería a crecer con la llegada de una sexta hija. Dicha adopción fue tamaña obra de bien que la ciudad reconoció siempre a la pareja. Y así Juan Pablo, Juan Antonio, Martín, Gabriela, Daniel y Mariana no dejaron de ponerle color a sus días, mientras repartía su tiempo con su actividad laboral: la docencia, a la cual abrazó con firmeza y entrega total.
La docencia tuvo que esperar unos años, ya que por no estar afiliada al partido de turno no lograba conseguir un puesto. Mientras ello llegaba, estudió en la Academia Vulcano y tuvo sus pasos por lo de Osvaldo Zarini donde, entre otras tareas, enseñaba mecanografía demostrando su vocación.
Sus inicios en esta profesión, a la que con gran vocación honró, fueron en el campo, en el paraje San Antonio. No importaba como se llegase, si en colectivo, tren o haciendo dedo, sólo había que ir y no faltar.
Más tarde, la escuela de Vela le abrió sus puertas, demandándole una gran exigencia de la mano de la señora de Lanz, a quien siempre recordó como una directora estricta, gracias a la cual logró la excelencia en su forma de trabajar. Allí, junto a su amiga Nelly Egusquiza, tuvo gratos e inolvidables momentos y bellas anécdotas, incluso, haciendo dedo para volver a su hogar.
Tuvo también su paso por la Escuela 21 de Villa Italia, donde dejó su huella marcada en el recuerdo de sus alumnos. Más tarde llegó a la Escuela 2 Carlos Pellegrini. ¡Cuántas cosas vividas ahí! Fue maestra y llegó a la vicedirección. Conoció a sus amigas Ener Perrone y Coca Rabanal, de las cuales también hay grandes recuerdos e historias vividas. Centenares de alumnos pasaron por sus ojos, pero también estaban sus hijos sentados en esos bancos, escuchando a “la maestra”, una maestra que les exigió más que al resto porque “los hijos de una docente no pueden decir ‘no estudié o no lo hice’”.
La señora de Garmendia o la señora Renée enseñaba todas las áreas, pero su preferida era la de matemáticas. Siempre correcta y firme con sus alumnos, pero a la vez los escuchaba, comprendía y ayudaba. El orden y el silencio en aquella época se lograban sólo con su presencia.
Por las tardes en su casa, además de atender a su familia y los quehaceres domésticos, daba apoyo a alumnos particulares. En la época en donde se rendía examen de ingreso para el secundario, cientos de chicos tocaban el timbre desde las 14 y hasta la 21 en grupos de 20 ó 30 alumnos. Sin desatender a los que necesitaban su ayuda en otras áreas. También supo preparar alumnos para la facultad. A todos ellos, además de enseñarles los conceptos básicos, les inculcó que sigan su vocación, que estudien aquello que los haga felices en lugar de cumplir con los mandatos-sueños de sus padres.
Luego de haber educado a tantos (hijos, vecinos, sobrinos y todo aquel que tocara su puerta) se retiró de la actividad en el año 1991. Pero en realidad nunca lo hizo, la llegada de los nietos la mantuvo siempre activa. Es el día de hoy que en sus cabecitas ronda la frase “las reglas de matemáticas hay que saberlas de memoria”, “ponete derecho para escribir”, “la libertad es el mejor regalo de Dios pero llegamos a ella con responsabilidad y esfuerzo diario”, y tantas otras. Incluso, acompañaba a sus nietos en el estudio universitario.
Muy tempranamente enviudó, pero con ello no bajó sus brazos, siempre decía “se puede hacer más y más”. Sus nietos y bisnietos ocuparon su tiempo, había que seguir educando y jugando. Proyectar sus valores a las nuevas generaciones.
Mujer incansable y en su afán de agigantar conocimientos comenzó a estudiar portugués (que practicaba con su nieta), asistente jurídico, periodismo y computación en la universidad de la Tercera Edad. Gran experiencia también cuando los roles se invierten y su alumno, que también fue su ahijado, se convierte en su profesor.
Llegó la vejez y trajo consigo el Alzheimer, tan desgraciada enfermedad que la trasladó a sus años de docencia. Pese a ello nunca dejó de estar sola, ya que hijos y nietos la acompañaron siempre.
En diciembre de este año, luego de haber luchado contra el Covid-19 y ganarle la batalla, una neumonía se adueñó de su cuerpo. Con 88 años no dejó de ser tenaz y luchar sin descanso, como lo hizo en toda su vida, hasta que el pasado 8 de diciembre de 2020 dijo basta, abandonando físicamente este mundo pero dejando una huella tan profunda en todo aquel que tuvo la posibilidad de compartir un momento con ella.
“Hoy seguramente habita en una estrella, quizás la más resplandeciente. Allí te buscaremos cada noche para recordarte, mandarte un beso y decirte cuánto te amamos; darte las gracias por todo lo que nos diste y enseñaste, todos esos valores que nos identifican cada día y que están sellados con una profunda marca imborrable. Una gran madre, una gran maestra, la mejor. Dios te guarde por siempre”.