Ahora tiro yo, porque me toca

Nuestro amo juega al esclavo
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que se abre todos los días
a pura muerte, a todo gramo
Violencia es mentir
(Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota)
Pasaron 15 minutos de la primera hora del 12 de junio de 2023. Emanuel Marino vio cómo estaban robando cables en su cuadra de calle Chienno al 200 y salió empuñando un revólver. Detrás de él lo hicieron sus padres, su hermano y hasta la mascota familiar. Apuntó contra los motochorros que se iban y uno de sus disparos dio contra la humanidad del joven Gianfranco Adaro.
Marino lo vio caer y no tuvo otra reacción que volver sobre sus pasos. Entró a la casa y detrás de él lo hicieron su papá, mamá, el hermano y el perro. Ninguno tuvo un gesto de espanto, sorpresa, frente a lo protagonizado. Disparos, un joven tendido en la calle agonizando por aquellos proyectiles y nadie se inmutó.
Después el derrotero ya ventilado, acerca de la corta huida y respectiva detención.
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Apenas casi dos meses, más precisamente el 15 de agosto, pasadas las 19.30 Fabián Aribe se vio acechado por una horda de violentos que irrumpieron en su casa de calle Paseo de los Niños. Ve como un grupo de violentos rompen todo a su iracundo paso y vociferan amenazas contra los suyos, que corrían de la embestida hasta guarecerse en la casa lindera, tras saltar la medianera.
En la incierta y violenta escena, Aribe toma una carabina que dijo nunca haber usado, la cargó y apuntó contra el grupo. Mató a Alexis Ariel Brown Sánchez e hirió a su propia sobrina, Brisa Aribe.
Lo demás ya fue escrito. Siguen las amenazas contra la familia del agresor detenido que aguarda por definiciones procesales, rumbo a un eventual juicio por jurados que dictaminará su suerte.
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Es domingo 20 por la tarde. Máximo Aaron Garay Tifner circula con una moto prestada por las calles del barrio La Movediza hasta que se cruza en su camino un auto del que uno de los ocupantes saca un fierro y lo golpea en plena marcha. El joven motociclista cayó pesadamente en la calle con severas lesiones que hoy siguen siendo atendidas en el Hospital. Su cuadro sigue siendo delicado.
Con el paso de las horas de aquel domingo, se conoció que el agresor era el dueño de la moto, la cual se la habían robado el día anterior. Tenía información donde podía estar y fue en su búsqueda. La recuperó brutalmente y ahora su futuro procesal depende del presente del joven que pelea por su vida en el nosocomio.
El agresor fue al día siguiente a la comisaría y contó su versión. Dijo que fue a recuperar lo que era suyo. Sin más.
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La apretada síntesis de los violentos sucesos detallados oportunamente en estas páginas deberían ser materia de preocupación y ocupación de las autoridades, más allá del consabido reclamo que los propios vecinos hicieron y hacen sobre la inseguridad.
Algunos, preferirán pasar vuelta la página y alegar que se trató de una seguidilla de casos casuales, sin causas, simples coincidencias. Empero no pocos aceptan que debería ser un llamado de atención ante los tiempos violentos que se viven. Con un estado de indefensión evidente, alimentado por discursos demagógicos como peligrosos que invitan a que en medio de un clima de frustración y hastío social profundo el vecino resuelva sus problemas por las suyas, aunque esa conducta los lleve a la muerte.
Sería sencillo apelar a que solo se trató de una casualidad. Con solo repasar lo que se respira en las calles, ante cada situación de tránsito, cada discusión vecinal, no es difícil presagiar que podía –y puede- pasar lo que nos pasa frente a las narices. Vecinos armándose y creyéndose con la potestad de disparar contra el peligro que los acecha.
Ley del Talión
La mal llamada justicia por mano propia parece contar con adeptos, hasta que les toca a ellos la mano del “justiciero”.
En todo caso, y en los hechos descriptos puede que alguno revista esa característica, pero no se habla de justiciero, se apela a la defensa propia, que está contemplado en el Código.
En bibliografía citada en pensamiento penal, precisamente se alude al error cuando se hace referencia a la “Justicia por mano propia”, dado que “lleva en sí mismo un error conceptual, habida cuenta que para "hacer Justicia", dándose cabal cumplimiento con la manda Constitucional, es necesario que ciertas acciones sean realizadas por ciertos individuos (magistrados), únicos legitimados para ello”.
Se subraya que la única Justicia es la pública, la institucionalizada, que se realiza por la “propia mano del Estado”, donde se representa y respeta la igualdad de todos los individuos, las garantías y prerrogativas del Estado de derecho y la racionalidad del ejercicio del poder”.
La Justicia ajena, dice el artículo, por el contrario, es la realizada en forma individual y privada, la que se ejecuta de manera irracional y sin límite alguno. En la que el ciudadano interpreta "a piacere” que su acción es legítima, disponiendo de los medios que crea convenientes.
Por ello siempre se torna injusta, debiéndose entonces ser definida como: “injusticia por mano ajena”. Ya que no es Justicia, es una acción de venganza y desproporcionada en contra de personas generalmente indefensas.
Se añade en dicho pensamiento que el viejo precepto del Derecho Romano de que “nadie debe ser Juez de su propia causa” es una ardua conquista de la humanidad en el tiempo, es una esencial victoria del Derecho que hoy se trata de echar por la borda para satisfacer los deseos de venganza.
El tema es cuando los ciudadanos no encuentran respuestas del Estado, en todos los órdenes, entre ellos la seguridad.
Alguna vez se leyó que las sociedades primitivas los hombres hacían Justicia por sí mismos. Luego hubo un progreso con la formulación de la ley del Talión: "Alma por alma, ojo por ojo, diente por diente, quemadura por quemadura, llaga por llaga, mano por mano, cardenal por cardenal." De allí. Refiere el pensamiento penal, surgió la semilla remotísima que hizo germinar en el decurso de los siglos, la necesidad y justificación de la Justicia institucionalizada.
Pese a lo bárbara que hoy parece esa “Ley”, representó un gran avance en comparación con la represalia ilimitada anterior, porque estableció, al menos, una proporcionalidad entre el daño inferido y la respuesta de la víctima. Fue, de alguna manera, una limitación en el ejercicio de la venganza privada.
Por estos tiempos parece que se ha vuelto a retroceder, y aquella ley del Talión impera con una frecuencia pavorosa en las calles, con el riesgo que nadie se hace cargo e incluso algunos se suben a un atril a vociferar discursos que alientan a ese estado de furia en el cual cualquiera está dispuesto a matar, también a morir.