Las cosas por su nombre
Siempre creí en el poder de la palabra. En esa sublime construcción lingüística que más allá del proceso mental y vocal que atraviese se manifiesta de manera contundente al momento de expresar una opinión, una idea o un intrascendente comentario.
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El contexto o el propio color de voz con que se emita se presentan como una red de contención que nos invita a zambullirnos de manera automática en la búsqueda del término correcto para que el interlocutor esencialmente entienda lo que queremos decir o al menos, para allanar el camino de la interpretación.
No son los vocablos por sí mismos los que pueden ser juzgados al momento de transmitir en un simple acto comunicacional lo que se pretende informar o declarar sino más bien, pueden ser materia de cuestionamiento aquellos eufemismos que dulcifican el mensaje para que el receptor amortigüe el golpe.
La palabra solidaridad ha cobrado vigor en estos meses. Tal vez no por antojadiza pero sí por conmovedora y congregante toca la fibra íntima de nuestra idiosincrasia porque los argentinos podemos ser charlatanes y arrogantes pero si de algo nos vanagloriamos, es de nuestro espíritu fraternal.
Y al igual que los simbolismos y las frases célebres que adoptó el peronismo en tantos años, con cuidadosa retórica escarba en la huella de la memoria colectiva con su marca registrada y hoy a través de Alberto Fernández, se traduce en un Estado omnipresente que redistribuye la riqueza, apuntala el consumo interno y transita las mismas hojas de ruta para acortar la distancia entre vencedores y vencidos.
Ahora bien. En esta postura de llamar a las cosas por su nombre creo que el más suave anunciado ha sido empleado para enmascarar una impetuosa devaluación y otro inquietante ajuste. Sea consecuencia de la crisis post Macri o producto del incipiente albertismo, la receta emplea fórmulas ya ensayadas para evitar que algún componente entre ebullición.
Es ese temperamento común el que también nos permite jactarnos de pacientes, de mansos gobernados, de resignados contribuyentes que buscan un aposento cálido en medio de la incomodidad que genera el desconocer qué país seremos bajo una nueva conducción político partidaria. ¿Alguien lo sabe?.
Parece un poco naif pensar que la Ley de Solidaridad y Emergencia Económica o el Consejo contra el Hambre auspicien de instrumentos genuinos para comenzar a vislumbrar las soluciones de fondo que Argentina necesita. Estas herramientas, se constituyen como un paliativo pero no redundan en el meollo de la cuestión.
Mientras tanto y luego de pegar la vuelta por el viejo continente en busca de adhesiones internacionales con la mira puesta en la renegociación de la deuda, Alberto Fernández vuelve a barajar con las mismas cartas del macrismo y prepara el terreno para un nuevo debate sobre la despenalización del aborto.
Sí. Otra vez se pretende instalar la misma bomba de humo que durante 2018 copó y mantuvo en vilo al Congreso y a la sociedad en la lucha por la supremacía de verdes y celeste mientras la economía colapsaba de manera estrepitosa sumida en su modelo ‘gradualista’.
Por mucha maniobra disuasoria que busque instaurar la nueva conducción, en el caso de que el actual presidente logre esquivar la grave crisis existente y consolidar su esquema de poder político, deberá inevitablemente presentar un programa económico.
Hay que decir las cosas por su nombre. Con lo que exhibe el Gobierno hoy, Argentina no va a ningún lado.