Llamativo
Sinceramente, no seguí el caso del homicidio de Fernando Pastorizzo con demasiada minuciosidad. Sé que ocurrió el 29 de diciembre del año pasado y que recientemente su homicida recibió una condena a cadena perpetua.
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Sí me llamó la atención la celeridad con que actuó la Justicia. No debió extrañarme en un país normal, pero así fue. Sucede que estamos acostumbrados a que los procesos se dilaten en el tiempo. Y como bien dice el dicho, la justicia que llega tarde no es justicia.
En este caso, sí. Apenas seis meses del hecho para el inicio del juicio y un poco más para la condena. Que es en primera instancia. Eso hay que aclararlo, porque el proceso continúa con las debidas apelaciones.
Pero da gusto que en poco más de seis meses, un caso que tuvo en vilo a la sociedad pudiera resolverse. Con las consabidas heridas, claro: una muerte no se resarce a partir de una condena. Y un castigo a perpetuidad, tampoco es poca cosa.
Sin ir más lejos, me hizo recordar a un caso ocurrido aquí, en Tandil, un poco antes de este otro suceso. También fue un homicidio. Pero del juicio aún no se sabe nada. Por lo pronto, el acusado, Damián Gómez, está preso desde el primer momento.
Y ciertamente, que el caso también conmocionó no solo a nuestra comunidad, en algún sentido chica: también que la noticia trascendió a nivel nacional.
A mí se me ocurre que por tratarse de jurisdicciones diferentes, los tiempos que maneja la Justicia son dispares.
En el caso Pastorizzo, en poco más de seis meses se dilucidó, con juicio, condena y cumplimiento de la pena.
En el caso Gómez, perpetrado casi dos meses antes, todavía seguimos en ascuas.
Habrá quien piense que aquí también intervienen cuestiones de género. El patriarcado, el machismo instalado en el ámbito judicial y esas cosas. Ya digo: no he seguido uno y otro caso con similar interés.
Pero a lo mejor vale la pena poner en tela de análisis esta cuestión. Son datos objetivos de la realidad.
A tal punto que me arriesgaría a decir que la mayoría de los lectores que llegaron a este punto aún están tratando de dilucidar los casos a los que me estoy refiriendo.
Pues bien, los voy a “dar vuelta”.
El caso Pastorizzo no es otro que el de Nahir Galarza, la muchacha que la semana pasada fue condenada a perpetua por el crimen de su novio, en Gualeguaychú.
Todos sabemos quién es Nahir. Su rostro, su voz, sus llantos, sus gustos, su cuerpo joven, sus sonrisas, sus pedidos desde la celda, su psiquis. Incluso, ahora la justicia intenta dar con el que filtró un video íntimo de la chica manteniendo relaciones con Pastorizzo. Hasta eso conocen algunos: sus particularidades a la hora de practicar sexo.
El otro caso, el Damián Gómez, el de Tandil, es el homicidio de Ailín Torres. Entonces, ahora sí, sabemos de qué se trata. De quién: una chica muy joven, amante de los perritos, que hacía poco había entablado una nueva relación luego de muchos años de noviazgo con Gómez, quien la siguió acosando tras la separación. Sabemos mucho de Ailín.
Llamativo es que lo que trasciende de ambos homicidios es lo concerniente a la mujer. En el papel de víctima y en el papel de victimaria. Cada detalle. Incluso, en el título mediático que se le da a ambos crímenes: Caso Nahir; Caso Ailín Torres.
Un hecho se dilucidó en poco más de medio año; del otro, ocurrido más de un mes antes, aún no se sabe nada.
Es todo tan llamativo.
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