Un cuento lleno de ruido y de furia

“Leer en estos tiempos es un acto de resistencia”
Miguel Angel Pichetto
político y bookstagrammer.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEn Por qué leer a los clásicos, Italo Calvino afirma que “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. Ese es, tal vez, el mejor punto de partida para hablar de Macbeth, una tragedia escrita hace más de cuatro siglos por William Shakespeare y que, sin embargo, resuena como un eco persistente en el oído de cualquier ciudadano argentino que intente comprender el presente.
Macbeth cuenta la historia de un general escocés, valiente y leal en el campo de batalla quien, tras escuchar la profecía de unas brujas sobre su ascenso al trono, decide acelerar su destino por mano propia: empujado por su ambición y alentado por su esposa, aprovecha una visita que el rey le hace a su casa, para asesinarlo mientras duerme y hacerse con la corona. Desde allí, su reinado se convierte en un espiral de paranoia, violencia y oscuridad que termina devorándolo: el mal que ha cometido lo amenaza, incapaz de generar política alguna de consenso o persuasión, ataca adversarios reales o imaginarios, lo que transforma su reinado en un período fútil y destructivo sin igual. La pregunta que emerge todo el tiempo ante la obra es ¿para esto querían el poder?
Ambición y traición: política sin tiempo
En la Argentina de hoy, donde los titulares parecen guiones de un drama con giros cada vez más absurdos, Macbeth nos habla con total familiaridad. La ambición desmedida, la traición a aliados y principios, la manipulación de los discursos para justificar lo injustificable: todo está ahí, en la Escocia medieval de Shakespeare y en los portales de noticias que leemos.
Macbeth no es un villano, es un hombre incapaz de medir el costo humano y moral de sus decisiones. En nuestra política, esa figura aparece encarnada en líderes que, en nombre de un proyecto personal o de partido, tuercen las reglas, destruyen puentes y gobiernan desde un aislamiento progresivo.
El fantasma del perro y el clima de oscuridad
Uno de los aspectos más inquietantes de Macbeth es su atmósfera: noches sin amanecer, brujas que manipulan las certezas, castillos donde los susurros valen más que la verdad. Es un mundo en el que la lógica política y la lógica de lo irracional se entrelazan hasta volverse indistinguibles.
¿Qué podríamos pensar hoy de un presidente que supuestamente recibe consejos o advertencias del fantasma de su perro muerto? La política se desliza hacia un terreno donde lo real y lo fantástico se confunden, y las decisiones públicas no parecen responder a ningún consenso visible. Gobernar parece encarnar sólo su primer significado: mandar con autoridad, ejerciéndola en forma brutal y espectacular. Respecto del segundo significado de gobernar: guiar, dirigir, ¿a dónde estamos siendo dirigidos, guiados?
Macbeth también escucha a sus fantasmas: la sombra de Banquo, las palabras de las brujas, las visiones que solo él percibe (como el supuesto impulso del mundo ¡al comunismo!). En la tragedia, esas presencias no lo guían hacia la justicia ni hacia el bien común, sino hacia un encierro mental que desemboca en la destrucción de todo lo que lo rodea. En nuestra realidad, sucede algo parecido.
Por qué nos sigue hablando
En un país que oscila constantemente entre la esperanza de salvación (ahora sí!) y la desilusión, donde la política parece más guiada por profecías oscuras que por programas claros, Macbeth funciona como advertencia y como diagnóstico, y encontrarse con esta obra puede ser, más que un ejercicio erudito, un acto de supervivencia cívica.
Para Calvino, un clásico no es un fósil, sino un espejo. En ese sentido, Macbeth sigue confrontándonos con preguntas incómodas: ¿hasta dónde se puede llegar por alcanzar el poder?, ¿qué precio paga una sociedad cuando acepta que sus líderes se guíen por supersticiones, caprichos o delirios?, ¿podemos romper el ciclo antes de que el final se torne inevitable? Lo cierto es que ningún fantasma nos va a librar, a ninguno de nosotros, del juicio de la Historia.