El asesinato del puestero de María Ignacia, camino a transformarse en otro misterio criminal de la ciudad
La brutal agresión a golpes de puño y patadas que recibió el puestero en un establecimiento rural de María Ignacia y que provocó su deceso hace 15 días, no encuentra hasta aquí respuestas de parte de los investigadores acerca del móvil y mucho menos los autores del homicidio. Si bien se continúa con la pesquisa, se huele cierta resignación y se admite que se podría estar frente a otro crimen impune en la ciudad.
Era un huraño. Cumplía desde hace casi una década religiosamente las labores rurales. Para el alba, subido a su caballo ya había arriado las vacas al tambo, a unos tres kilómetros de distancia y de allí regresaba sin más. Apenas un escueto intercambio de palabras con los encargados del ordeñe y se vuelta a casa. Poca vida social, también familiar. Así eran los días del puestero que en medio de la oscura noche recibiría una furibunda golpiza por causas y autores desconocidos.
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El móvil del robo a priori parece descartado entre las principales frágiles hipótesis. Sus pocas pertenencias estaban en su tapera. A menos que esa vida sigilosa e insocial escondiera algo que los pocos que lo trataban (incluso su escueto como aislado lazo familiar) hasta aquí no supieron esclarecer.
No se conoce pelea alguna con los compañeros del tambo ni algún intercambio social que haya tenido en las pocas visitas al pueblo de María Ignacia. Se lo identifica precisamente por esa vida poco sociable, de modales austeros pero no agresivos. “Era mal llevado, hosco, pero no era pendenciero”, supieron reseñar sobre su personalidad.
Nacido en Ayacucho, su madre y hermanos siguen afincados en la ciudad vecina. Vinieron hace unos días a tomar conocimiento de los propios investigadores el curso de un expediente cuyo contenido habla por sí solo de las pocas precisiones que hay sobre el asesinato. Testimonios, reportes de lo hallado, informe pericial, nada que lleve a pensar en una pronta dilucidación del suceso violento y letal.
Sobre la víctima, se expuso que era bien considerado por los responsables del establecimiento rural. Muy cumplidor con su labor cotidiana.
La rutina precisamente del rodeo con los vacunos para arriarlos puntualmente a las 4.30 al tambo y, una vez allí aguardar por la vuelta, sin demasiados diálogos ni miradas con el resto de la peonada y de las personas que transitaban el tambo, alejado de su casa, también equidistante del pueblo de María Ignacia.
Precisamente, a esa hora de la madrugada, cuando la noche aún sigue muy oscura, el hombre de pocas palabras y amigos yacía tendido cerca del corral donde aguardaba el caballo, que aguardaba por su rutina. Fue hallado precisamente por uno de los encargados del tambo, preocupado por la no llegada de ese empleado que todas las madrugadas religiosamente hacía lo mismo, hace una década.
Bajo ese amplio y difuso escenario hoy se topan los investigadores que pugnan por hallar una pista, un elemento, que los lleve a especular con alguna sospecha y eventual sospechoso, sospechosos, que terminaron con la vida de un vecino a golpes de puños y patadas (no se registra la utilización de un elemento externo como un palo o algo con filo) todos en la cabeza y en el rostro.
El sangriento suceso que, al decir de las repercusiones sociales y de la opinión pública, parece que ya ha pasado al olvido, sólo guarda inquietud en los encargados de la pesquisa, ocupados y preocupados por saber quién asesinó a Sergio Abel Aguirre (52).
Aún no lo quieren admitir, pero esos investigadores están a punto de ingresar en esa nebulosa de la indefinición, del callejón sin salida. A la resignación de la impunidad.
Los memoriosos de las crónicas policiales y sucesos no esclarecidos, rápidamente lo emparentaron con otro crimen de similares características que por obra y gracia de las limitaciones geográficas y jurisdiccionales le toco “en suerte” investigar a la justicia de Benito Juárez, pero que estaba casi equidistante del partido de Tandil. Se lo conoció como el crimen del alambrador. Su nombre, Roque Sosa. Quien también fue hallado sin vida precisamente a la vera de un perimetral, con un fuerte golpe de un elemento contundente.
Nunca nada se supo sobre los siquiera posibles autores. Aún la delegación de María Ignacia no hace muchos atrás colgaba una difusa imagen del rostro de ese trabajador rural y se solicitaba colaboración para aportar a la causa, expediente que quedó cual agua del estanque al que solía refrigerarse ese hombre asesinado por manos anónimas, en los albores del 2000.
Alguna de esas sensaciones de aquellos frustrados actores judiciales y policiales de la vecina localidad las estarían atravesando los de ahora, en Tandil, una ciudad que de tanto en tanto parece acostumbrarse a convivir con misterios criminales, asesinatos impunes.
Apretándolo en tiempos contemporáneos podría remitirse que desde el misterio de la mujer sin nombre hallada muerta en el acceso a Gardey (hace dos décadas) a la desaparición de Abel Barbero, coincide un frustrante denominador común: no hay ninguna pista que aliente a un esclarecimiento, más bien todo hace presagiar que formará parte de un abultado expediente que se guardará en el cajón de la impunidad.
La frustrante lista la completan el asesinato del jubilado José Mesquidas, Margarita Herrera y Adrián Gómez (ver aparte).
Homicidio simple
La pesquisa por el caso avanza como puede y con los escasos elementos que hasta cuenta en busca de elementos que permitan dilucidar lo ocurrido y dar con los posibles autores del hecho. Hace 15 días, por la tarde, la víctima de 52 años falleció. Por esta razón, hubo un cambio de carátula. Al día siguiente, en procura de avanzar hacia una hipótesis se reportó un allanamiento el cual arrojó resultados negativos.
Como oportunamente se informó, el hecho ocurrió el martes 1 cuando Sergio Abel Aguirre (52) recibió un brutal ataque a golpes en un establecimiento rural ubicado aproximadamente a dos kilómetros de María Ignacia (Vela), que derivó en su traslado al Hospital Municipal “Ramón Santamarina”.
Tras permanecer internado en el servicio de terapia intensiva en estado grave, con pronóstico reservado, el trabajador rural falleció el domingo siguiente por la tarde.
Esta circunstancia marcó un cambio en la carátula del hecho, que pasó de “Lesiones” a “Homicidio simple”.
A propósito de la instrucción, que se encuentra a cargo de la UFI 8, del fiscal Gustavo Morey, en las últimas horas, el análisis de los elementos reunidos, sumadas a las declaraciones tomadas a personas del entorno de la víctima, permitieron profundizar una de las líneas de investigación que derivó en el citado allanamiento.
En ese marco, el pasado lunes, personal del Comando de Prevención Rural llevó adelante la diligencia en un domicilio de la localidad rural, del que participaron también efectivos de la DDI y de la estación de policía de María Ignacia (Vela).
Durante el procedimiento, los uniformados revisaron la propiedad en busca de indicios sobre la eventual vinculación con la causa, y secuestraron dos teléfonos celulares y cuchillos de filo uniforme.
Lo incautado fue puesto a disposición de la Justicia, que a esta altura puede adelantarse que no arrojó resultados favorables, apenas sirvió para derribar una de las hipótesis que se planteó desde el inicio del caso, especulándose con una agresión letal por razones de índoles personales, por alguna presunta relación sentimental hasta aquí no confirmada.
Sobre el hecho, la autopsia determinó que los atacantes no utilizaron ningún elemento contundente para propinarle los golpes a la víctima, que fueron en su mayoría direccionados a la cabeza, provocándole lesiones de gravedad.
En esta instancia, la pesquisa se centrará en la DDI (Investigaciones), para ahondar en los peritajes y demás diligencias que permitan esclarecer el caso ocurrido hace una semana en un establecimiento rural.
El caso
Como se informó en estas páginas, el hombre fue encontrado el martes 1 de diciembre, alrededor de las 8, por el encargado del campo Santa María, en el puesto La Paulina.
Aguirre fue hallado en el piso, visiblemente golpeado, en la zona donde se encuentra la manga para el ganado, lugar al que había acudido en el inicio de sus tareas de la jornada.
Alertado por la situación, el encargado dio aviso a la policía y a los pocos minutos se hizo presente personal del Comando de Prevención Rural, de la Sub DDI, de Científica y una ambulancia del Hospital, que concretó el traslado del herido.
En principio, no habrían encontrado faltantes entre sus pertenencias. En su poder tenía la billetera con dinero, tarjetas y documentos, mientras que la casa tenía la puerta de ingreso con llave y en su interior no había señales del paso de personas ajenas al lugar.
Por esta situación, la hipótesis del robo se habría descartada, por lo que se mantenía la incógnita sobre el móvil del violento episodio.
De acuerdo a las averiguaciones realizadas en el transcurso de la jornada, la golpiza se habría producido en las primeras horas de aquella jornada, en plena oscuridad y se presume que habrían participado al menos dos personas por las características de los golpes propinados.
La mujer sin nombre
El 7 de julio de 2003 se daba cuenta del macabro hallazgo del cadáver de la mujer sin nombre. La hipótesis principal apuntó siempre a un crimen vinculado con la trata de personas. Nunca nadie reclamó por ella y si bien se pidió colaboración hasta a Interpol, nunca se avanzó en la causa.
Hace exactamente casi 20 años, la comunidad de Gardey se conmocionaba con el hallazgo del cuerpo de una mujer en el camino de acceso a la localidad, a pocos metros del puente del arroyo Chapaleofú, tejiéndose las primeras hipótesis sobre un crimen vinculado con la trata de personas. Pasada más de una década, no se sabe de quién se trata.
En uno de los tantos artículos publicados se destacaba que “tenía entre 25 y 40 años y medía 1,60; de tez trigueña; cabello ondulado largo y de color castaño; estaba embarazada de tres meses y las estrías abdominales indican que fue madre con anterioridad”.
Se dedujo oportunamente que “las cicatrices paralelas en su muñeca izquierda revelan que en el pasado había intentado suicidarse” y se evaluó que el crimen “puede estar vinculado con el tráfico y trata de personas”.
“Con un 80 por ciento de aproximación”, divulgando la imagen del rostro reconstruido, se creyó como muy probable que alguien tuviera datos sobre la mujer, sobre todo porque se trata de un crimen cometido en una localidad pequeña donde es muy difícil que alguien pase inadvertido, se decía, con todavía un halo de optimismo, que ya, a tantos años, se ha diluido.
“Al momento de ser hallada, vestía pulóver de hilo a rayas horizontales de colores verde, amarillo y turquesa, y sobre éste, un buzo de color gris con inscripción en la parte delantera que dice Deer Ridge Mountain-Resort Gatlinnburg Tennessee. Además, tenía jeans de color azul gastado en su parte delantera, medias de toalla de color blanco, corpiño blanco, bombacha con colores de la bandera argentina, zapatos Leyde negros número 38 y pañuelo de cuello azul. En su muñeca izquierda llevaba una pulsera del club Boca Juniors y en la derecha, una cinta rosada, mientras que en el tobillo derecho tenía colocada una cinta negra”.
El crimen en los monoblocks
El 12 de agosto de 2010, era asesinada la jubilada Margarita Herrera. Desde aquel entonces, apenas un condenado por falso testimonio y sin responsables por el homicidio.
Margarita Herrera fue asesinada en lo que se presume un intento de robo en su departamento de los monoblocks de avenida Perón. A pesar de los esfuerzos investigativos, no surgieron avances sustanciales que permitieran generar un halo de optimismo en una causa que ha quedó estancada, a partir del escaso probatorio para endilgar la responsabilidad sobre quien pesaban las sospechas y la poca colaboración de actores -vecinos- que pudieron aportar información en pos de dar con el autor del homicidio.
Precisamente, la nula colaboración de posibles testigos mereció una ramificación de la causa, en una instrucción paralela por el delito de falso testimonio, arribándose a una condena de un vecino por faltar a la verdad.
Sobre el hecho, se recuerda que Herrera, por entonces de 67, años era sorprendida por una agresión inusitada de parte de alguien que evidentemente conocía. La disputa en su propia morada de los monoblocks de Perón al 1600, terminó con la jubilada (con limitaciones físicas a partir de una hemiplejia) tendida en el piso, sobre un charco de sangre producto de varias puñaladas, en medio de un departamento que a todas luces había sufrido un desorden mayúsculo, pero que alguien (se sospecha de otro implicado más allá del autor material) se encargó de ordenar, incluso limpiar.
Cabe consignar que oportunamente el fiscal interviniente, doctor Gustavo Morey, considerando la participación del menor sospechado, derivó el expediente al aquel entonces Juzgado de Menores. Empero, desde dicho organismo, se consideró por aquellos días que los elementos reunidos no eran suficientes. En consecuencia, la doctora Mabel Berkunsky resolvió archivar la causa.
Más allá del imaginario popular y las conjeturas de los investigadores, en torno a el o los posibles responsables, lo concreto es que las indefiniciones procesales, como el complejo entramado de contradicciones y complicidades del entorno a la víctima, atentaron con un posible esclarecimiento de uno de los crímenes aún impunes en nuestra ciudad.
La muerte de Mesquidas, causa archivada
El 14 de julio de 2007 el jubilado José Mesquidas fue asesinado a golpes en su casa de calle Vicente López, en lo que se presume un intento de robo. A esta altura, pasados los años podría calificarse el hecho como un crimen perfecto. Si los investigadores, después de tanto tiempo, no han logrado siquiera dar con algún sospechoso, ni hay pistas que lleven a hilvanar una hipótesis sobre el trágico suceso, se está hablando de una impericia investigativa o el delito llevado a su perfección. Cualquiera de las dos posturas conduce a un mismo callejón sin salida: la impunidad.
El homicidio del jubilado lo cometieron manos asesinas y anónimas, quienes gozan de una frustración investigativa que terminó en el pase a archivo.
El crimen de Mesquidas ocurrió en la casa de la víctima, Vicente López 817, quien murió como consecuencia de los traumatismos sufridos durante el presunto intento de asalto.
Mesquidas recibió una golpiza con un elemento contundente que desencadenó en su muerte y se dejó de lado lo que se había barajado en un principio, respecto a que el deceso había sido producto de un golpe en la nuca al caer.
Se presume que los delincuentes que ultimaron al jubilado tenían el convencimiento sobre una importante transacción inmobiliaria de la víctima, quien había vendido una casa producto de una herencia por el fallecimiento de un familiar directo.
Mecánico asesinado por manos anónimas
El 9 de abril de 2013, cerca de las 2.30, Mónica Echeverría regresó del Casino a su casa, donde también funcionaba un taller de electricidad del automotor, y encontró a su concubino tendido en el patio, en medio de un charco de sangre.
Un portón de chapa de doble hoja, con guías en color naranja, hace de acceso a la finca. Luego de un extenso patio, otro portón abre el paso al taller mecánico y detrás del comercio se ubica la vivienda de dos pisos que compartía la pareja.
El cuerpo de Gómez yacía en el piso, a metros del taller. Tenía un golpe en la cabeza y estaba bañado en sangre. Horas después se comprobó que también presentaba dos balazos en el cráneo.
Adrián Gómez llevaba más de 25 años afincado en Piedrabuena al 100, con su taller mecánico. Vecinos y allegados lo describieron como una persona normal, aunque algunos resaltaron su carácter irascible y vehemente. También comentaron sobre su vínculo con el juego y sus frecuentes visitas al Casino de Mar del Plata.
Solitario, Gómez había tenido dos parejas antes de su relación con Mónica Echeverría. También era padre de dos hijos, aunque no mantenía vínculos con ellos.
Barbero, desaparecido
Al cumplirse un año de la misteriosa desaparición de Abel Barbero, una treintena de personas se manifestó en la puerta de la Fiscalía. Familiares, amigos y personas que se plegaron a la causa se congregaron en el lugar para pedir públicamente que siga vigente la búsqueda, pasaron los años. Se dejó de marchar. Se dejó de reclamar. Nunca hubo justicia.
En cuanto a la investigación, de los cuerpos del expediente que se consultó, se hizo todo lo que se realiza normalmente en estos casos: se tomaron las declaraciones, se giraron actuaciones, se ordenaron peritajes, lo que llevó incluso a que los familiares no resultaran tan críticos con los investigadores.
Como se informó reiteradamente, desde cerca de las 16 del lunes 3 de diciembre de 2013 no se supo más de Barbero.
Al momento de su desaparición, se movilizaba en un Ford Fiesta Kinetic que apareció abandonado en la zona San Lorenzo y Garibaldi, a pocas cuadras de su domicilio.