Fuente: archivo El Eco.

Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).

Con la llegada a Tandil del ferrocarril, en 1883, la evolución del pueblo experimentó un avance notable, en distintos aspectos; fundamentalmente, en lo relativo al transporte de nuestra riqueza; al amparo del cual surgió, entre otras, la industria de la piedra. Y, también, en lo que concierne al traslado de pasajeros, posibilitando la llegada de los primeros veraneantes, alentados por las bellezas y el clima propicio de este lugar.

Estadísticas de los turistas que comenzaron a llegar entonces, no tenemos. Pero sí sabemos, que Tandil empezó a ser, a la sazón, una ciudad turística de atracción. Y de renombre. No sólo por la Piedra Movediza, sino también por el paisaje, el clima, las aguas y el fresco ambiente estival, que tentaban a la gente que podía venir y que hasta compró terrenos aquí, por aquella época, para hacerse su casa de verano.

"El Tandil -decía poco después el diario "La Prensa", de Buenos Aires-pueblo de los arroyos cristalinos, de los manantiales de límpida, dulcísima y fresca linfa, de los frondosos sauzales, de las auras sahumadas con el tomillo de los cerros y las margaritas de los valles, está siendo el lugar de moda, adonde se dirigen a veranear numerosos habitantes de esta Capital".

"Es una importante localidad visitada, todos los días, por nuevos huéspedes, que van sedientos de respirar aire puro y con ansias de solazarse, contemplando las bellezas topográficas de la privilegiada comarca tandilense".

"Algunos visitantes se han enamorado del Tandil -proseguía- de su espléndido panorama. Y han resuelto comprar terrenos para edificar casas de recreo, destinadas a veranear".

"Los alrededores del Tandil... ¡son hermosísimos!" -agregaba.

"Su clima es el más benigno y agradable de nuestra zona".

"Ahora se ha descubierto que las aguas de algunos manantiales que existen en la montaña, a corta distancia del pueblo -de cuatro a diez cuadras- y que surgen de las entrañas de los cerros, son higiénicas y salutíferas. Y tan buenas como las renombradas de Lourdes".

"Es allí el aire más liviano y saludable, como que se respira en una elevación de 100 a 150 metros, saturado de los átomos aromáticos de la vegetación lozana de las sierras".

"Ante esta perspectiva -expresaba el matutino porteño- no es extraño, pues, que la mayor parte de las personas acomodadas se dirijan a aquel punto a respirar aire libre y a recrear la vista contemplando paisajes llenos de caprichosas bellezas naturales".

"El Tandil era un vergel ignorado, escondido en las montañas del sur, que el ferrocarril ha venido a poner a disposición de los habitantes de esta Capital, que deseen o necesiten vivificar las fuerzas físicas y alegrar el espíritu, con la contemplación de vastos y amenos cuadros de la naturaleza".

No estaba entonces el Lago, ni el Calvario. Y el Parque conocido entonces como "Sierra de las Águilas" ofrecía un aspecto bruto, tal cual venía de siglos. Pero estaban La Movediza, el Manantial de los Amores, Cerro Leones, La Cascada, El Centinela, los molinos de Juan Fugl y "El Progreso", de Pourtalé. Y el follaje en todo su esplendor y por todas partes.

Los arroyos, serpenteando entre helechos y espadañas... cruzaban una ancha avenida que llevaba a los corrales del abasto, festoneada por el álamo erguido y el sauce llorón. Y cuando el sol entraba al ocaso, en los purpúreos ratos del crepúsculo, teñía los cerros, proyectando sombras fantásticas en ellos. Allí estaba el paisaje bello y eterno. Y allí los veraneantes. Pero... ¡no había hoteles!

Más de diez familias habían llegado de la Capital, ya el 22 de noviembre de 1883. Y se anunciaba la venida de muchas más.

"La concurrencia de este año será numerosísima -decía una publicación de la época- pero, tropezamos con la escasez o falta de casas. Escasez o falta que no existiría si los propietarios de muchas de ellas desocupadas, hicieran algunas refacciones para colocarlas en condiciones de ser habitadas".

"Todas, o la inmensa mayoría de nuestras viviendas, han sido construidas para negocios o boliches y han quedado muchas de ellas con puertas, mostradores y rejas pintarrajeadas, simbolizando tiempos pasados, momificadas, al lado de los nuevos edificios que se van construyendo".

"Esas casitas, edificadas sin orden, ni formas, con más puertas que varas de pared, no tienen ya aplicación ni pueden tenerla hasta tanto cambien de forma, haciéndoseles para el efecto, algunas ligeras reparaciones".

"En cuanto hace a la población, ganaría mucho con ello, porque de esa suerte desaparecerían esas momias que la afean en el conjunto y son una remora para el adelanto y el progreso de Tandil".

Últimas Noticias

El turismo llegó con el ferrocarril