María Julia Caserta, una campeona en las sierras
Tandilense por adopción, fue una de las mejores golfistas amateur de Argentina en las décadas del 60 y 70
Porteña de nacimiento, tandilense desde hace unos años, María Julia Caserta despunta el vicio del golf cada fin de semana en el Tandil Golf Club. Pero no todos conocen su exitoso recorrido en el golf aficionado de Argentina, donde ocupó un lugar protagónico en las décadas del 60 y el 70, con una gran cantidad de logros individuales y por equipos.
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Pero más allá de sus conquistas, que suman más de 70 entre títulos nacionales e internacionales, también destaca en María Julia una particular forma de transitar la vida y el golf, alejada de los estereotipos del deporte, al que accedió más por mandato paterno que por gusto propio.
“Hace unos cuatro años que vivo en Tandil. Acá tengo parte de mi familia, entre ellos a mi hermano Miguel López Matta. Yo solía venir de chica en el verano, cuando estaba en Mar del Plata. Me encanta el campo y esta ciudad tiene muchos muy hermosos. Por eso me venía a pasar la temporada acá, en El Centinela o en San Simón, los campos de mis parientes, y la pasaba muy bien”, cuenta María Julia.
“Ya no podría volver a vivir en Buenos Aires. Una vez que salís de ahí y te acostumbras, no hay chances de regresar. Yo estuve 18 años en Mendoza, y la opción era venirme para acá, donde la vida es similar. Me gusta porque hago todo caminando y en un santiamén. Lo único que no me gusta es que hace mucho frío y es ventoso. Yo siempre le escapé al frío, y cuando vienen esas épocas cambio de hemisferio. Tenía el viaje programado para el 10 de mayo, pero todo este problema con la Pandemia me obligó a quedarme”, agrega.
Sus comienzos en el golf fueron una imposición, algo que contrastaba con su espíritu libre, pero de a poco fue encontrando motivos para que el juego se adaptara a su personalidad: “Empecé a jugar en la cancha chica del Mar del Plata Golf Club. Mi padre era muy entusiasta con los deportes. Nos llevaba a mi hermano y a mí y tomábamos clases con los Falaschini y con el Moro Castañón. Practicábamos mucho, más por voluntad de mi padre que por gusto propio. Al principio era divertido porque había chicos de nuestra edad, pero después no fue tan así. Empecé a jugar con gente más grande que yo, y eso me aburría mucho”.
Las vueltas de golf la aburrían, porque eran casi siempre compartidas con gente mayor sin demasiados intereses en común: “Vivíamos en la zona Sur, en Temperley. Ibamos a un lugar que se llamaba Parada Links. Ahí había muchos ingleses que jugaban, pero para salir a la cancha tenías que ir con un mayor. Era muy aburrido. Entonces, empecé a ir los lunes, que es el día en que las canchas están cerradas, y jugaba con los caddies, que eran mis amigos. Así conocí a gente bárbara como los Nari, que eran de mi edad y obviamente yo me divertía mucho más que con el resto de la gente. Siempre tuve mucha confianza con ellos. Por mi forma de jugar, me apoyaba mucho en los consejos que me daban en la cancha, con las caídas, las distancias”.
Comenzó a destacarse en el golf, pero el proceso fue muy natural, casi sin darse proponérselo: “Yo nunca me di cuenta de que tenía potencial para jugar al golf. No tenía dimensión de lo bien que jugaba. Fue todo inconsciente, no me creía una gran jugadora. Jugaba por jugar, no era una pasión para mí. Era más para complacer a mi padre. Pero cuando terminé el colegio empecé a competir más, me seleccionaban para algunos torneos o para integrar algún equipo, para representar al país, y ahí le fui agarrando el gustito. Viajábamos mucho y eso a mí me encantaba. Es algo que le tengo que agradecer al golf, el haber conocido amigos en todo el mundo, que aún conservo”.
En esos viajes de competencia, también mostraba su carácter diferente, algo rebelde: “Me ayudó haber ido a un colegio inglés. A ellos les encanta el deporte, te lo inculcaban todo el tiempo. Yo era buena para todo, jugaba bien al hockey, al tenis, era muy rápida en las carreras de atletismo, y me destacaba mucho. Pero además era muy estudiosa, aunque nunca me dieron la bandera porque tenía problemas de conducta. Era bastante inquieta, digamos.
Haber aprendido inglés me abrió muchas puertas. Todo el tiempo tenía que hacer de traductora de las otras jugadoras cuando salíamos del país, y en esos viajes, yo en lugar de estar con mis compañeras, me iba con las chicas de otros equipos. Todas las noches en la cena me sentaba en una mesa diferente, mientras mis compañeras se aislaban porque no se podían comunicar”.
Fue una jugadora muy exitosa, constante protagonista de los torneos de las décadas del 60 y 70: “Valoro mucho los cinco títulos argentinos, y sobre todo el quinto puesto en el Mundial por equipos de 1970, en España, con Silvia Bertolaccini y Bety Roselló. Tuvimos una actuación espectacular. Se sumaban las dos mejores tarjetas, y siempre tuvimos que descartar la de Silvia, que era una gran jugadora. Recuerdo que en Cali, donde fuimos a jugar un torneo internacional con Bety Roselló, participé de un torneo de Long Drive. Yo siempre me caractericé por pegar muy largo, y Bety me empujó a que participara. Pensé que no tenía chance contras las europeas, que eran mucho más fuertes y altas que yo. Pero me paré ahí, le pegué a un par bastante fuerte y terminé segunda, atrás de una brasileña. Todavía tengo el trofeo”.
De los cinco campeonatos argentinos, el que más recuerda es el último, en 1976: “Fue el que más me costó. Se jugó en el Argentino y tuve que definir con Susana Garmendia, que era mucho más joven que yo. Llegamos al hoyo 36 empatadas y tuvimos que jugar el desempate. En el hoyo 38 a Susana le quedó un putt de 40 centímetros para ganar y yo se lo iba a conceder. Pero mi caddie, “Pepino”, me dijo que no se lo dé. Y tuvo razón, porque lo falló y el título quedó para mí. Cuando le pregunté cómo sabía que lo iba a errar, me dijo que ese no era un putt más, que era para ganar el título y tenía una presión diferente”.
Una vez que dejó las competencias de aficionadas, continuó con sus viajes, sobre todo a Europa: “En los 80 pasaba mucho tiempo en Inglaterra. Me fui con Susana Garmendia para acompañarla cuando se hizo profesional, y ahí conocí a todos los jugadores argentinos que estaban en el Tour Europeo, como Vicente Fernández, Eduardo Romero o Adán Sowa. Pero además jugábamos muchos Pro-Am de caridad y ahí te encontrabas con actores y gente famosa. Conocí también a grandes jugadores internacionales como Bernhard Langer, Seve Ballesteros, Vijay Singh, Ian Woosnam. Yo iba a los torneos, pero no como espectadora normal, porque me metía por todos lados, me sacaba fotos con todos y les daba charla, así que me conocían bastante”.
El año pasado, vivió de cerca la consagración del Tandil Golf Club en el Interclubes de Primera de damas: “Me encantó, estuve corriendo de un lado a otro, haciendo fuerza para que ganaran. Y además en el equipo estaba mi gran amiga Guadalupe Dabós, que yo digo que soy su madrina deportiva. Y también a Martina Biancuzzo, que la primera vez que vino al club salió a jugar conmigo y nos divertimos mucho. Lo viví como si lo hubiera ganado yo, porque son todas amigas mías y se festejó mucho porque era la primera vez que ganaban el título de primera. Se le cumplieron todos los deseos al Tandil Golf Club, que se merecía el título porque siempre estuvo peleando arriba en el Interclubes”.
Y también tiene buenos augurios para el futuro de su amiga, Guadalupe Dabós, en el golf universitario: “Adoro a Guadalupe, porque tiene una humildad que me encanta. El año pasado yo estaba en Estados Unidos cuando jugó esos torneos que después le dieron la chance de ingresar a la Universidad. Juega fantástico, pega largo, tiene buen juego corto, es muy completa. Y además de buena jugadora, es una gran alumna. Terminó como abanderada en el colegio. Tiene todas las cualidades personales y es una buena golfista, muy aguerrida, y yo creo que le va a ir muy bien en Sacramento”.