“¿Hasta cuándo Catilina abusarás de nuestra paciencia?”
Por Daniel Xodo
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Accedé a las últimas noticias desde tu email(“¿Quousque tándem abutere, Catilina, patientia nostra?”. Marco Tulio Cicerón. Filósofo, escritor y político romano, 106 a.C./43 a.C.)
La república, como forma de gobierno, ha tenido en Cicerón a uno de sus mejores defensores en la historia. Tanto desde la acción política como a través de sus discursos en el senado, sus escritos filosóficos -en los cuales acerca la filosofía griega a Roma, hasta entonces de poca difusión en la creciente urbe-, obras jurídicas o epístolas.
La vigencia de su intelecto se traslada en el tiempo hasta nosotros. Sus escritos sobre historia, política o filosofía tienen hoy tanta vigencia como hace más de dos mil años. La originalidad y profundidad de los mismos quedan evidenciadas en el hecho de haber generado, en latín, términos para interpretar el análisis filosófico griego.
Sin adherir definitivamente a ninguna escuela filosófica en particular, su posición podría considerarse ecléctica. La amplitud de sus intereses lo induce, incluso, a estudiar los distintos métodos de adivinación en diversas culturas.
La disputa por el consulado lo lleva a enfrentarse con Lucio Sergio Catilina. Un hombre al cual los historiadores romanos de la época describieron de manera horrible (quizá con justicia), pero que eran –también- los enemigos de sus ideas.
Catilina, senador de origen patricio pero muy pobre y sin relevancia social, propone medidas agrarias, económicas y sociales que desagradan al senado. Se rodea de personajes desencantados de la situación, empobrecidos por las guerras -que habían enriquecido a muchos senadores- y muchos otros de baja catadura.
Habiendo hecho una honorable carrera militar, se postula al consulado pero fracasa frente a Cicerón, lo que exacerba su ánimo y lo lleva a complotar para eliminar senadores (y Senado, con lo cual la propia República) y realizar sus propuestas políticas rechazadas.
Descubierta la conjura, Cicerón lanza en el senado las que serían llamadas “Catilinarias”, comenzando en la primera con la frase “¿Quousque tándem abutere,Catilina, patientia nostra? ¿Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Qued ad finem sese effrenata iactabit audacia ?” (“¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?, ¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros ? ¿Cuándo acabará esta desenfrenada osadía tuya?“).
Catilina, abandonado por los suyos en el senado (que incluso se alejan físicamente de él en la sesión) es condenado a muerte por los senadores pese a la defensa que hace de su accionar Julio César (quien años más tarde tomará banderas y propósitos similares a favor de la plebe), huye de Roma y debe combatir.
La traición de un pueblo galo que estaba comprometido con Catilina influye en su derrota a manos de Marco Antonio.
Cuenta el historiador Salustio, quien no era precisamente un amigo de Catilina, que él mismo se arrojó contra el enemigo al frente de sus hombres y que todos fueron encontrados con heridas de frente, nadie huyendo y no hubo prisioneros.
Tiempo después de la muerte de Catilina, sería Marco Antonio el destinatario de las feroces críticas verbales de Cicerón en el senado, a través de lo que se dio en llamar “filípicas”. Y por estas disputas el mismo Cicerón sería perseguido, moriría decapitado y su cabeza sería expuesta públicamente.
“Oh tempora, oh mores!” (“¡Qué tiempos, qué costumbres!”) había dicho Cicerón, pero no se refería a la conducta de sus aliados -que luego lo asesinarían- sino paradójicamente, a la de Sergio Lucio Catilina.
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