Por Daniel Xodo
(José Stalin. Político y dictador soviético 1878-1953)

Como tantas otras que han pasado a la historia, esta frase –real o supuesta – ha sido atestiguada en distintos momentos y lugares y, naturalmente, desmentida también de distintas maneras y por distintas circunstancias (motivo, lugares , fechas, idioma o intérpretes, etc). No obstante, refleja el clima imperante en la Unión Soviética y en Europa en general en los años treinta.

Más allá de las purgas, deportaciones a Siberia, confiscación de propiedades, incautación de cereales con la consiguiente hambruna y persecución a los enemigos reales o supuestos del comunismo, Stalin había emprendido una campaña antirreligiosa (contra todas las religiones) pues debilitaban la construcción del estado socialista. Su poder en esos años era casi absoluto y había eliminado a todos los posibles competidores. Pregonaba el “ateísmo militante” para eliminar cualquier lealtad que no fuera al partido comunista.

Simultáneamente, Hitler era ya canciller de Hindenburg en Alemania y la política de rearme alemán - desconociendo el tratado de Versalles y las duras condiciones que imponía a la Alemania derrotada en la Primer Guerra Mundial – generaba una actividad económica favorable al crecimiento. Como había predicho John M. Keynes la “paz cartaginesa” lograda en Versalles conduciría a otra guerra.

Francia e Inglaterra se inquietan –justificadamente- y la primera gestiona un pacto de ayuda mutua con la Unión Soviética en caso de agresión externa a cualquiera de ellas. El pacto franco-soviético no era bien visto por otras naciones europeas y también exigía su acuerdo para actuar en caso de que hubiese necesidad.

Pierre Laval, encargado de tramitar su finalización desde el lado francés, viaja a Moscú y se entrevista con diversos jerarcas soviéticos y , naturalmente, con Stalin; quien lo interroga sobre el poder militar francés y sus capacidades. Laval, atento a las condiciones del tratado, le sugiere disminuir la presión sobre los católicos rusos para tener mejor aceptación del Papa, a lo cual Stalin, siguiendo el hilo de su propio interés, responde:

“¡Ah ! El Papa . . . ¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”

Hay otra versión que traslada la acción a las reuniones de Yalta o Postdam, pero la aquí relatada parece ser la más veraz.

Las sombras de la guerra ya se habían alzado sobre el mundo. Tres años después de la ratificación del tratado estallaba la Segunda Guerra Mundial.

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¿Cuántas divisiones tiene el Papa?

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