Por Daniel Xodo

(Alejandro Magno, 356 a.C.-323 a.C.)

La frase es de Alejandro Magno pero quien la provoca es Diógenes, principal personaje de esta historia.

Diógenes de Sinope es uno de los filósofos destacados entre los cínicos, un movimiento originado en Atenas que se propagaría en los siglos IV y III a.C. en las grandes ciudades de la época e incluso en el Imperio Romano.

Es probable que el nombre surgiera a partir del lugar donde enseñaba Antístenes, discípulo de Sócrates, quien sería considerado el fundador de la corriente. El sitio no era una escuela en sentido clásico sino un gimnasio llamado Cinosarges (nombre que naturalmente aludía a los perros).

Heracles (Hércules para los romanos), elegido como su héroe por su vida ascética, tenía además la virtud de haber rescatado al can Cerbero del inframundo, lo que también los vinculaba a los perros, con los que se identificaban por la sencillez de sus necesidades.

Para los cínicos, riqueza, fama y poder no tenían ningún valor. Rechazaban toda convención o normas sociales. Buscaban alcanzar la felicidad o la “vida buena” a través del esfuerzo y el ascetismo. Su vestimenta consistía en un simple manto, una bolsa y un palo; y andaban generalmente descalzos, aun en invierno. Sus respuestas eran irónicas y mordaces y con frecuencia buscaban ridiculizar las preocupaciones habituales de sus conciudadanos.

Se cuenta que Diógenes solía pasearse por el mercado de Atenas con una vela encendida (aun en pleno día) buscando a un hombre, actitud en alusión a que todos estaban contaminados y cegados por la búsqueda de cosas innecesarias y habían perdido su condición humana.

Alejandro Magno, intrigado por los relatos sobre Diógenes, fue a buscarlo y lo encontró junto a la tinaja que le servía de casa. Anunciando quien era, lo insta a que le pida lo que quiera pues él podía satisfacer cualquier deseo o necesidad que Diógenes tuviese.

“Apártate que me tapas el sol”, dicen que fue la respuesta que provocó la frase de Alejandro Magno: “Si no fuera Alejandro, querría ser Diógenes”, dijo con indudable admiración.

Lo cual generaría aun hoy, múltiples interpretaciones.

El concepto de cinismo que tenemos actualmente no es el de la antigua Grecia. Lo vinculamos al negativismo, la desconfianza en las cualidades humanas y la falsedad. Todo lo contrario de los cínicos, para quienes, como filósofos, lo ideal era decir sus verdades a ultranza.

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Si no fuese Alejandro, querría ser Diógenes

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