Natalicio de Eva Perón: un repaso a su historia
De Los Toldos a Buenos Aires, el camino de Eva Duarte desde sus primeros años en el campo hasta su destino como figura clave de la historia argentina.

A comienzos del siglo XX, Juan Duarte —conocido como “el Vasco”— era un hombre influyente en la región de Los Toldos, en el noroeste bonaerense. Concejal por el Partido Conservador en Nueve de Julio, juez de Paz y productor agropecuario, llevaba una vida acomodada y respetada. Dueño de una historia personal compleja, mantenía dos familias: una formal, con su esposa Adela Uhart, y otra con Juana Ibarguren, una mujer de origen humilde con quien tuvo cinco hijos, entre ellos Eva, la futura Evita.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEvita nació el 7 de mayo de 1919, en una casa de campo de la estancia “La Unión”, donde su madre trabajaba. La asistió Juana Rawson de Guayquil, una comadrona mapuche de los Coliqueo. Fue inscripta como Eva María Ibarguren, y su infancia se desarrolló entre los silencios impuestos por la desigualdad y las tensiones sociales de la época: era hija natural, y su madre, la “concubina”.
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Tras la muerte de Juan Duarte en un accidente automovilístico en 1926, la vida de la familia cambió radicalmente. Juana Ibarguren decidió mudarse con sus hijos a Junín, buscando empezar de nuevo. Allí, abandonaron el apellido Ibarguren y adoptaron el de Duarte, un gesto cargado de necesidad y estrategia social. Se instalaron en una casa modesta, comprada con lo poco que había dejado Juan Duarte, y la madre mantuvo el hogar con su trabajo de costurera.
Eva ingresó a la escuela sin documentos; su madre alegó que se habían perdido en un incendio. Años más tarde, en el contexto de su unión con Juan Perón, esa partida de nacimiento fue alterada. En ella figuró como nacida en Junín en 1922, con el nombre de Eva María Duarte, eliminando cualquier rastro de su origen ilegítimo.
En Junín, Evita completó la primaria en la Escuela Nº 1 “Catalina Larralt de Estrugamou”. Vivió una infancia de privaciones, pero también de imaginación y arte: le gustaba declamar, actuar, decir cosas a los demás. Participó en obras escolares gracias a su hermana Erminda, quien ya era docente. En esas pequeñas representaciones comenzó a vislumbrarse el fuego interior que más tarde encendería multitudes.
A los quince años, decidió probar suerte en Buenos Aires, acompañada por su madre a una audición radial. Aunque nunca fue convocada, decidió quedarse. Ya no volvería a Junín. En la gran ciudad, comenzaría una nueva vida, la que la llevaría a convertirse en una de las mujeres más influyentes y amadas —y también resistidas— de la historia argentina.