Rigor, curiosidad, lealtad y oficio
Acá estamos, siempre, con el valor de la palabra al frente de la trinchera. Los periodistas tenemos pocos elementos de los que estar armados para sentir todos los días la satisfacción del deber cumplido, para poder cerrar en calma los ojos a la noche y despertar en paz.

Por Martín Glade.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailLas redacciones de los diarios fueron siempre más o menos igual. Escritorios individuales colocados en un orden provisto fundamentalmente por el espacio físico, cercanías, lejanías, un sonido de una radio o un televisor siempre presente listo para ser escuchado u oído. Mate, eso sí. Mucho mate. Ya no se fuma y el aire se puede respirar, eso también. El olor lejano a tinta fue alivianándose, pero se mantiene. La música del encendido de una rotativa sigue siendo la banda de sonido más esperada. Y sobre esos escritorios, las máquinas de escribir dejaron paso a las computadoras y monitores. Con mucha presencia de celulares y cargadores. Todavía, los biblioratos con las ediciones de hace más de cien años encuadernadas que aguardan junto a la vieja rotativa conviven como fuente de información e inspiración con Google y otras plataformas. Y aquella vieja inteligencia natural convive ahora con la artificial.
Siempre, después de la satisfacción del deber cumplido por haber terminado una nueva edición entre gallos y medianoche, al día siguiente habrá que arrancar de nuevo de cero. Y pasado mañana de nuevo. Y así. Todos y cada uno de los días. No importa lo bien o mal que hayan salido las cosas el anterior. Ni los hallazgos ni flaquezas. Ni la satisfacción ni lo pendiente. Un diario se hace todos los días por y con su gente.