Al sur

Estoy a punto de darle el primer bocado a la empanada que me acaba de dejar la mujer que nos atiende, cuando por la ventana veo que una mujer elige una de las mesas de afuera, a pesar de que el aire del mediodía soleado parece anticipar un viento que está viniendo del Sur. Hacia allí parece ir ella, porque su auto estacionado un tanto al descuido cerca de la banquina mira hacia ese horizonte apenas interrumpido por las últimas sierras.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailSé que esa mujer está sola (la manera en que se pone los lentes para leer la carta, de retirarse el pelo de la cara para acomodárselo detrás de las orejas, de buscar esa mesa y no otra, porque está surcada por la sombra de los tirantes de una glorieta donde asoman los primeros brotes, pero tiene franjas soleadas), sin embargo me quedo esperando que alguien baje de su auto o que venga en otro, que salga de atrás del mostrador, de algunas de las dependencias de este boliche de campo donde decidimos almorzar de una manera distinta. Miniturismo rural, lo mío.
Definitivamente, está sola. La chica que la atiende vuelve a su mesa con una jarra chica de limonada y una copa. La mujer, luego de tomarse el tiempo para leer la carta, parece preguntarle qué le recomienda. La camarera le está dando dos opciones: la primera no la convence.