La verdad incómoda
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El 15 de octubre de 1894, un capitán del ejército francés fue llamado a su oficina con una excusa trivial. Alfred Dreyfus tenía 35 años, una carrera impecable y una fe mitad ingenua y mitad inocente en las instituciones de su país. Salió de esa oficina arrestado por traición. No sabía aún que ese día no comenzaba solo un proceso judicial sino una de las grandes manchas morales de la Francia moderna.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailEl “caso Dreyfus” suele mencionarse como un episodio lejano, casi escolar –aunque lamentablemente no está en los textos de estudio-, pero conviene recordarlo porque no trata solo de un hombre injustamente condenado, sino de cómo una sociedad entera puede decidir mirar hacia otro lado cuando la verdad resulta incómoda.
Dreyfus era judío, de la región de Alsacia y oficial del Estado Mayor: una combinación explosiva en una Francia humillada por la derrota frente a Prusia y atravesada por un antisemitismo cada vez menos disimulado. Cuando apareció un documento —el famoso bordereau— con información militar filtrada a Alemania, el ejército necesitaba un culpable rápido. Dreyfus tenía todos los números de esa rifa infame. Las pruebas eran endebles, la pericia caligráfica dudosa, el juicio secreto. Pero la maquinaria se puso en marcha con una eficacia aterradora.
