Desmemorias

-Doctor, doctor… Pero qué casualidad que justo lo veo pasar. ¿Está apurado? ¿Quiere sentarse un segundito a tomar algo conmigo? Ah, no. Bueno, no importa. Sí me imagino. A lo que iba: hace rato que le estoy por sacar turno porque ando un poco afectada. No, físicamente me siento muy bien. Así como me ve, ya pasé los ochenta y tres. Ochenta y cinco, digo. Pero por ahí acá en la azotea se me disparan los pajaritos cada tanto. Y he leído por ahí que esto del Covid deja sus consecuencias, entre ellas la pérdida de memoria. Quizás me esté pasando algo de eso. ¿Puede ser doctor? Lo digo no solo porque soy su paciente y gracias a usted pude recuperarme de esta porquería de la pandemia, sino porque además usted también la padeció. A lo que voy: ¿no le pasa que se olvida las cosas? No digo algo importante, pero pequeñeces de la vida cotidiana, como no acordarse dónde dejó las llaves o si tomó o no tomó la pastilla. Ah, no. A usted no le pasa. Bueno, mejor así. Capaz que es que me estoy viniendo grande nomás… ¿Cómo que quién soy? Olga, doctor, su paciente de hace más de veinte años. Treinta. ¿O me confundí y usted no es mi doctor? Porque usted es doctor, ¿no? Ah, bueno… qué alivio. Porque una cosa es el olvido y otra la confusión. Va a decir que me volví loca. Mi hija me lo dice a menudo. La mayor. No sé a quién sale. Bueno, sí: al padre. Porque la otra, Olguita, como yo, es un encanto. Es ella la que me dijo eso de que el Covid me pudo haber afectado la memoria. Fue cuando le nombré a su tía, mi hermana, Nelly que vive en Venado Tuerto. ¿Usted conoce Venado Tuerto, doctor? No. No se pierde nada. ¿Y a Nelly? Tampoco. Bueno tampoco se pierde mucho. Le cuento esto y no lo entretengo más. ¿Qué le estaba diciendo? Ah, Nelly. Mi hermana, sí. ¿Pero a qué venía? Ah sí. Si no está muy apurado, le pido un café. El mozo está un poco distraído: hace veinte minutos le pedí un té y todavía no me lo trajo. ¡Mozo! ¡Mozo! Sí, acá: un café para el doctor. ¿Medialunas? No, sin medialunas. Ahora me acordé. Mi hija Olguita, la menor, dice que no se acuerda de su tía Nelly. Es más, le preguntó a su hermana mayor y tampoco. Pero ella le dijo que yo estaba loca y dio por cerrado el tema. En cambio Olguita se quedó preocupada por mi salud. ¿Y si el Covid me está haciendo desaparecer la memoria?, me dijo, angustiada. Pero la que tiene que estar preocupada por ella soy yo: ¡cómo no se va a acordar de su tía Nellly! Está bien que es una mujer que es mejor perderla que encontrarla. Pero olvidarla jamás. Pobre Olguita. Lo que yo pienso, doctor es que ella debe haber tenido Covid y lo pasó como asintomática y le dejó esta secuela del olvido. Una lástima; una muchacha joven todavía Olguita. Cincuentaydos tiene. No, miento. Sesenta y cuatro. Tal vez un poco menos. ¿Puede ser eso, doctor? ¿Cómo qué cosa? Lo de las secuelas del olvido para los asintomáticos. ¿Usted es doctor o no es doctor? Créame que me está haciendo dudar. ¿Le pido un café? Mientras tanto, sigo. Como ni la mayor ni la menor creían que tenían una tía que vive en Venado Tuerto, agarré y la llamé. A Nelly. Me atendió ella misma. Al principio no me reconoció la voz. “Nelly, soy tu hermana, Olga…”. ¿Qué Olga?, me dijo ella. “¿Cómo qué Olga? Tu hermana, Nelly. Soy tu hermana, Olga, de Tandil”. Y puede creer doctor que me dijo no solo que no conocía Tandil ni a ninguna Olga, sino que tampoco tenía hermana, que era hija única. Una yegua, doctor. Así fue toda su vida. Usted viera la amargura que me agarré cuando me cortó. La presión me hizo así: pum. La tuve que llamar a Olguita para que viniera a casa a tomarme la presión, porque ella estudió para enfermera y tiene el aparato, vio. Pero la que vino fue la otra, la mayor. Que en lugar de calmarme me dijo que estaba cada día más loca y me empastilló. Con esas pastillas que usted me recetó aquella vez. ¿Se acuerda? ¿Cómo se llaman? Cómo que no se acuerda. Cómo no se va a acordar de alguien al que le receta esas pastillas matacaballos que me dejan dos días hecha una lela. Al final, está peor que yo, usted doctor. No se acuerda que soy su paciente, no se acuerda de las pastillas. Es cierto entonces eso de que el Covid le borra la memoria a uno. Mire cómo está. Una picardía, muchacho joven todavía. Y así de arruinado. Cuando llegue a mi edad no va a saber ni cómo se llama. ¿Cómo era que se llamaba, doctor? Ah, ¿ya se va.? Bueno, bueno. Discúlpeme el atrevimiento. Ya le voy a sacar turno y voy a ir por el consultorio, para ver si me cambia las pastillas esas que me dio y me dejan como una planta, por unas para activar la memoria, por la porquería esta del Covid. Bueno, un gusto también, sí, adiós. Cuídese, no se olvide. Perdóneme lo del café. Lo que pasa es que este mozo es un babieca. Adiós, doctor, adiós… Ma´ sí, tomátela. Voy a tener que cambiar de médico. No puedo seguir atendiéndome con un marmota.
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-Buenas tarde, señora. ¿Qué le traigo?