Éramos tan frívolos

¿Me desperté frívolo. No me di cuenta hasta pasado un buen rato; no es que abrí los ojos y se me ocurrió comprarme un parlante bluetooth con leds de colores para escuchar Rafaela Carrá a todo lo que da. No. Me desperté como siempre: malhumorado, confuso, con la perra exigiéndome que le abriera la puerta para hacer pis. Y de repente, cuando puse el agua para el mate, ¡pum! Frivolidad. En términos más o menos así:
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu email-Qué bueno estaría hacer un desayuno diferente: jugos, frutos de estación, un budín de limón con semillas de amapola preparado la noche anterior, esponjoso. Tendría que cambiar mis hábitos, porque tarde o temprano echarle al organismo en ayunas estos mates amargos, es como meterle aceite de auto quemado. Y hace medio siglo que lo vengo haciendo.
Supe que eso era una incipiente frivolidad. No es que me reconozca enseguida con ese perfil: no suelo ser frívolo con frecuencia. Además, cuando se queda a dormir en casa mi hijo menor, no puedo permitirme cualquier pensamiento o acción que no sean rutinarios. Preparar el mate, sacar las cosas de la heladera para su desayuno, esperar que sean menos cuarto para despertarlo, saber que le puedo dar cinco minutos de margen (luego de las protestas que ya –a menos de una semana de empezar el secundario e ir a la mañana- están escalando a niveles preocupantes) porque si no va a llegar tarde, etc. Al que puede permitirse la frivolidad a las seis y media de la mañana y en ese contexto, lo admiro. Qué digo lo admiro: lo envido con absoluta maldad.