Inteligencias
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Con esto de la Inteligencia Artificial —mundo (¿?), universo (¿?), invento (¿?) en el que me resisto a habitar, con escaso éxito— se habla desde hace rato de la “inteligencia aplicada”, que viene a ser algo así como la implementación práctica de la IA en el “mundo real”. Es decir, nada de andar haciendo elucubraciones en abstracto para llegar a determinadas conclusiones. Qué jactancia innecesaria es esa, mientras el mundo anda necesitando hacer edificios más sólidos, puentes que no se vengan abajo y autos que se manejen solos.
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailNo me queda otra que reconocer que semejantes tareas son importantes. Pero en lo personal —y a esta altura del campeonato— me quedo con la inteligencia desaplicada. Aquella que no busca otro fin que el ejercicio constante del pensamiento para poder enfrentar la vida que nos toca y salir medianamente airoso. O aireado.
Al “poder real” —uno de esos conceptos que tengo clarísimos excepto cuando me los preguntan y quedo empantanado— no le gusta la inteligencia desaplicada. O sea, no le gustan las personas inteligentes, porque son punzantes, irónicas, irreverentes, indóciles y rebeldes. Gente “peligrosa” a los ojos de quienes tienen la sartén por el mango (y el mango también, como bien diría María Elena Walsh, una inteligente desaplicada).
