Milo y los penales

Alguna vez conté que si algo recuerdo de mi viejo y nuestra pasión por el fútbol eran sus festejos medidos, cautos. También en la derrota, mantenía cierta dignidad que cuando yo era chico no podía entender.
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Accedé a las últimas noticias desde tu email-Es fútbol–, me decía. O algo así. O que el fútbol siempre da revancha. Pero la que peor me caía era esa racionalidad casi insultante: “¿y que querés? Jugando así no le podemos ganar a nadie. Merecíamos perder”. En esos casos me daban ganas de agarrarlo del cuello para que reaccionara. Jamás lo hice, obvio. Pero tampoco lo cuestioné: mi viejo era así. “Este tipo no tiene arreglo”, pensaba.
Con el tiempo entendí bastante. Sobre todo, en esas temporadas por las que suelo atravesar en las que veo al fútbol solamente como un negocio en el que lucran unos cuantos vivos mientras millones de idiotas lloramos o nos peleamos. Creo que mi viejo quedó atrapado en una de esas temporadas. Pero nunca dejó de mirar los partidos por tele, de ir a la cancha cuando podía o de escuchar la radio los domingos a la tarde.