Rulos y rodete

Ocurrió una de las últimas veces que vi a mi hija mayor. Estábamos hablando, cuando de repente se acomodó el pelo. Fue una cosa natural, pero a mí me pareció una rutina de magia, un pase de prestidigitación: llevó sus dos manos a la nunca, enrolló, sacó un par de colitas y un palo no sé de dónde y de repente lucía un rodete bien arriba de su cabeza.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailDe algo me acordé en ese instante, pero no quise interrumpirla. Minutos más tarde, me olvidé de lo que me había acordado y no dije nada. Seguramente era algo de cuando era chica. Siempre tuvo rulos, muchos rulos. Y en su infancia a la hora de peinarse era un problema; se saben cómo son esas cosas: los que tienen rulos quieren tener pelo lacio. Y viceversa. Por suerte, con el tiempo se amigó con su pelo y creo que hoy lo disfruta.
Días después de aquella charla me acordé lo que había pensado a propósito de su rodete. No era de cuando era chica. Era un recuerdo y también una proyección: qué hará con sus rulos, con su pelo, cuando sea una mujer vieja. Cuesta imaginar cómo serán los hijos de viejos; apenas si la puedo asumir con la edad que tiene y dejar de verla como aquella nena enjada con sus rulos endemoniados.