Supervivencias

De repente, y sin que nada me pusiera en preaviso –solo mirando hacia el cielo de enfrente lo habría advertido- se escuchó el estruendo y el temblor de los vidrios de la gran ventana que da a calle Pinto.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailSin que aún pudiera identificar qué había ocurrido, la memoria de la ciudad que habité me recordó aquellas explosiones desmesuradas de las canteras de las cercanías; cuando el barreno certero despanzurraba la panza de las sierras.
Volví a apoyar el pocillo en el platito mientras me decía que eso ya no ocurre más y vi caer una sombra del otro lado de la ventana del bar. Como si lo que se hubiese estrellado contra el vidrio no hubiese sido la pobre paloma que falló el vuelo deslumbrada vaya a saberse por qué cosa, sino su propia sombra. Una sombra que antes de caer sin atenuantes a la vereda dejó el eco de un sonido espantoso. El eco del grito que no sabe dar.