Un hijo extranjero

Si una moto en la vida real puede hacer un ruido estremecedor, odioso, capaz de despertar en uno el instinto más básico y asesino que pueda tener, el ruido de una moto en un sueño es mucho peor. Un sonido a reptil gigante que quedó atrapado adentro de la mesa de luz, pero en el sueño es una moto. Y de fondo, una musiquita oriental, tal vez china o coreana, que intenta darle cierta dulzura a esa escena propia del infierno. Hasta que por fin el tipo de la moto y la moto desaparecen, el reptil también, pero no el ruido y hay una suerte de atmósfera gris, que me hace masticar cemento en polvo y de repente todo empieza a cobrar sentido: es la alarma del celular. Estaba dormido. Hora de despertarme.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailDebido a algunas experiencias poco gratas recientes he tomado la precaución de poner una alarma a las seis y otra a las seis y cuarto. Todo a fin de combatir aquello de “me quedo haciendo fiaca cinco minutos más” y los cinco minutos se convierten en una hora y media.
No es tan eficaz, hay que ser honesto. Sobre todo, porque la mente ya se acostumbró a que la primera alarma es de mentira. Entonces no se toma el trabajo de despertarse: el cuerpo cobra vida propia (ni siquiera todo el cuerpo, apenas el brazo y un dedo, a lo Frankestein), la apaga y sigue como si nada. De manera que la de las seis y cuarto pasa a ser la primera.