Incondicional

Una cerca verde, alta y espesa separaba los terrenos.

De un lado vivía Elvira, a la que llamaban “Tita”, con sus padres, sus tres hermanos varones y mayores que ella. Del otro lado vivía José, con su madre Adela, su abuela materna Juana y con dos tías, hermanas de su mamá “Coca” y “Pocha”, que no se habían casado.

Sus primeros pasos los llevaron hasta la cerca y ésta tenía pequeños agujeros, seguramente hechos por los perros, que facilitaban el encuentro de los chicos.

Dado que los hermanos de “Tita” no le daban espacio en sus juegos, porque según ellos, eran de varones y que José no tenía hermanos los niños se ampararon el uno en el otro.

Fueron al mismo jardín de infantes y a la tía “Pocha”, le confiaron la tarea de llevarlos y traerlos, porque la mamá de José trabajaba todo el día y la mamá de “Tita” estaba siempre ocupada con sus tres varones. También fue ella la que les leyó los primeros cuentos y los llevaba a jugar al bosque que estaba en la esquina. Bueno, bosque lo llamaban los chicos, en realidad era el Monte de las Romerías. Allí les gustaba esconderse entre los árboles, caminar hasta el arroyo y ella generalmente regresaba con barro hasta las orejas y las zapatillas en la mano. A José su tía no lo dejaba ensuciarse, ni tan solo mojarse los pies y siempre presumía que estaba limpito, prolijito y bien peinado.

Cuando los chicos aprendieron a leer, se hizo costumbre el encontrarse en uno de los terrenos, se apoyaban en un árbol y se turnaban en la lectura. Cuando leía José, ella recostaba su cabeza en las piernas de él y cuando lo hacía Elvira, él descansaba en un hombro de ella.

Allí juntos viajaron al centro de la tierra, dieron la vuelta al mundo en un tiempo increíble, compartieron leguas y leguas de viajes submarinos, navegaron con los hijos del Capitán Grant, sufrieron con el Corsario Negro cuando abandonó su patria y con tantas y tantas historias. Atrapados con la lectura se quedaban hasta que la luz del día se mezclaba con las primeras sombras de la noche.

Los chicos crecieron, aparecieron los cambios físicos y también los gustos en sus lecturas. Dejaron a Verne y descubrieron a Wilbur Smith. Con él fueron cazadores de animales, recorrieron minas de oro africanas, viajaron por las aguas de la costa del continente negro, sufrieron sangrientas matanzas, luchas desparejas y crueles entre aventureros blancos y nativos en la tierra de Mandela.

En el verano de 1966 y con la llegada de la pubertad a José se lo veía triste a pesar de todo el amor que le brindaban su abuela, su madre, sus tías y también Elvira.

En alguna oportunidad, mientras leían, ella le comentó que percibía su atracción hacia personajes del mismo sexo biológico que el propio, a lo que él supo contestar. Y si a vos también te gustan.

-¿Por qué estás triste y cómo ausente?

-¿A ver, qué hizo Sean que enojó tanto a su hermano Garrick?

-Estoy escuchando, seguí leyendo y no te distraigas.

Era obvio que no la escuchaba, pero ella nunca quería discutir, no quería verlo molesto y lo dejaba pasar.

Cierto día apareció como nervioso y le dijo que no podrían leer, ya que iría a pescar.

-A pescar, pero si no tenemos ni idea. Bueno, no importa vamos igual, seguro que nos divertimos.

-No, no dije que vamos juntos. Me invitó Raúl y voy con él.

Como se amargó Elvira, que tenía que ir con Raúl, era más grande que ellos y nunca les había prestado atención. Otro día se fueron a la sierra y tampoco la llevaron y así las salidas se repetían todas las semanas. Ella esperaba que le contara, qué habían hecho, cómo lo habían pasado, pero José nunca contaba nada. Después de unos meses volvió a estar triste, parecía frustrado y las salidas con Raúl se terminaron.

Ella estuvo feliz, no le importaba saber lo que había pasado, sentía que era suyo otra vez y estaba segura de que con la lectura alejaría su tristeza. Pero, le duró poco, apareció Domingo, otro chico de la zona y también más grande que ellos, lo invitó a salir en bicicleta y a ella no la llevaron. Cada día ella esperaba que él no se vaya, pero parecía que lo pasaban bien porque las salidas se repetían una y otra vez, generándole bronca y angustia. Buscaba consuelo en la tía “Pocha”, quien le explicaba que era normal que tuviera nuevos amigos, le recordaba lo que pasaba con sus hermanos, que jugaban entre ellos.

-Tendrías que buscarte amigas de tu edad y no preocuparte por José. Lo que puedes hacer cuando hables con Dios es pedirle que lo cuide, que lo proteja y que nunca lo abandone. Ella estuvo siempre pendiente de sus nuevos amigos y muy pocas tardes compartían lectura. En una de esas apareció Raúl, irreconocible. Estaba muy delgado, parecía encorvado y su piel transparente. Se fueron al bosque a conversar.

A partir de esa visita se lo vio enojado, prefería estar solo antes que compartir con Elvira y sus salidas eran con su madre.

Elvira buscaba a “Pocha” para que le cuente qué era lo que había pasado, todo lo que le decía era que seguramente sufría trastornos propios del crecimiento. Pero ella sabía que de ciertas cosas no se hablaba, recordaba cuando quiso saber qué había pasado con el papá de José y le habían respondido que si no te cuentan no hay que preguntar. Este período sin él, fue muy duro para ella, lo extrañaba permanentemente.

Pasó un tiempo hasta que apareció recostado en el árbol y con un libro en sus manos, ella corrió a su encuentro, apoyó su cabeza en sus piernas y volvió a ser feliz.

En el invierno de 1967, José enfermó varias veces. Pudo verlo muy poco porque debía estar en cama y se sentía muy mal. Con la llegada de la primavera se recuperó, pero se sabía que era transitorio. Ella supo que su estado era delicado y se prometió que no lo abandonaría, le ofrecería sus brazos para que fueran su refugio, sus manos para su alivio y en silencio lo amaría más que nunca.

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