Necrológicas
ÁNGEL CARLOS ROIGÉ
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Ángel Carlos Roigé nació en un pueblo rural llamado Coronel Charlone, allá por 1940, y era el menor de cinco hermanos, hijos de Paco y Ana, una familia trabajadora.
A sus 12 años, decidieron enviarlo pupilo al Colegio Sagrado Corazón de La Plata, ya que por fin un hijo podía acceder a la educación secundaria, algo impensado por aquel entonces. Ese chico, que sufrió mucho el desarraigo familiar, necesitó de mucho esfuerzo -que incluyó la ayuda de sus hermanos mayores, de su trabajo y del trabajo de su mamá-, se graduó en la Universidad Nacional de La Plata. Eso logro lo alcanzó estando casado y habiendo nacido ya su hija mayor, Marcela.
Así fue que, al inicio de los 70, llegó a Tandil, sin mucho más que sus ganas de trabajar. Su primera oportunidad laboral la logró rindiendo examen por oposición en el Salón Blanco de la Municipalidad, donde el doctor Gentile (padre) lo evaluó, dándole por ganado el concurso y así dio sus primeros pasos. Por esos años, nació Mariana, su hija menor. Eran tiempos difíciles y nadie lo conocía. Costó abrir puertas, fue cuestión de trabajo.
Años y años de trabajo, guardias y más guardias, navidades en el Hospital Ramón Santamarina y en la terapia del Sanatorio Tandil, su ingreso a la Clínica Paz, Metalúrgica Tandil, las salitas de salud barriales, la Usina Popular, la Cámara Empresaria, el Circulo Médico, por nombrar algunos de los espacios por los cuales transitó con asistencia perfecta durante más de 25 años.
Iniciados los 80, se sumó a la participación gremial y luego se animó a la militancia política, con sus idearios socialistas, y hacia el final de su carrera, supo también ejercer cargos públicos, cuando creyó que podía aportar y acompañar a quienes consideraba gente de bien. Pero más allá del lugar, siempre se lo recordará por haber sido un trabajador de la salud, que defendió un ejercicio de la medicina honesto y humano.
Esa profesión hizo que sus hijas lo recuerden vestido de ambo blanco, con guardias sobre la espalda, saliendo a hacer domicilios de todo vecino que le tocara la puerta. Pero esa intensidad con la que vivió su tarea de servicio nunca impidió que mirara los cuadernos de sus hijas, o que ayudara en una lección. Siempre ahí, siempre presente.
Por todo eso, creo que lo más trascendente para decir de Ángel, Angelito como le supimos llamar en la familia, o “el catalán”, como lo supieron conocer sus colegas, simple y sencillamente, es que fue una buena persona, que honró la vida, porque asumió con compromiso, con cuerpo y alma, a veces sin demasiados resguardos de sí mismo, cada una de las tareas y de los roles que le tocó asumir a lo largo de sus 80 años.
Y claro, demás está decir que nada, pero nada de todo lo que hizo, ha sido ni será más importante que decir que fue un inmenso padre, un gran compañero de la vida de mamá y un abuelo por demás amoroso y presente pese a todas las distancias.
“Al recordarte papá no podemos dejar de mencionar las historias de tu Charlone natal, esas que nunca te cansaste de repetir y condimentar con mitos que quedarán en esos asados que supimos compartir. Tu fidelidad por San Lorenzo, tu gusto por jugar al ajedrez, tus múltiples y variadas lecturas, el profundo sentido que nos inculcaste sobre el valor de la educación como fundante de nuestro futuro y el de tus nietos. Estás en nosotros, ojalá podamos honrarte siempre viejo querido”.
MARÍA ELENA LABRIOLA DE VACCARONI
María Elena Labriola de Vaccaroni falleció el pasado 4 de noviembre de 2020, a los 72 años, causando su deceso un profundo dolor entre familiares y amigos.
Sus seres queridos enviaron a esta Redacción el siguiente texto para recordarla.
“Mamá, te quedaste dormida y te encontrás ahora en un lugar donde ya no hay sufrimiento, con Jesús.
Te fuiste en paz y ese es nuestro único consuelo. Porque te extrañamos y te queríamos en casa con papá, tu ‘todo’, tu gran amor. Estuvieron juntos 50 años y construyeron una familia hermosa, en cada uno de nosotros ‘estás’ y eso también es eterno mamá.
Al viejito le va a costar mucho vivir sin tu presencia física, porque vivía para vos, pero nosotros vamos a estar ahí para recordarle que seguimos siendo esa familia que se juntaba en tu casa y organizaba una comida enseguida.
Tus nietos te aman mamá y van a seguir estando al lado de papá. Tus bisnietos te van a recordar en alguna estrella.
Hay una persona que me pidió que te diga que para ella fuiste amiga, hermana, que siempre estuviste en sus peores momentos, es Olga, que no le importó la pandemia, estuvo y te acompañó.
Mami sé que estás mejor ahora, pero es inevitable el dolor para nosotros de no verte en tu casa. El tiempo nos va a enseñar a convivir con tu ausencia física. Porque siempre en todo lo que hagamos vas a estar. Te amamos, tu marido ‘tu mitad’, tus hijos, nietos y bisnietos”.
JOSÉ LUIS SOUZA
José Luis Souza nació en Tandil el 13 de abril de 1949, y era hijo de Julio Souza, policía de la provincia de Buenos Aires, y de María Rodríguez, quienes vivieron en calle Beiró.
A la edad de 23 años, empezó como policía de la provincia de Buenos Aires y trabajó durante 27 años en comisaria Primera. Fue conductor de motocicletas policiales en la zona del Dique, chofer de patrulleros en vehículos como el Peugeot 504 y el Falcón Sprint, fue seguridad en el Tribunal de Trabajo, finalizando su carrera con control de animales vacunos en la Sociedad Rural.
Como anécdota, en una doma en el paraje Fulton fue sólo a hacer la seguridad, observando que al final de la fiesta, ya llegando a la tardecita, se enfrentaron dos hombres vestidos de gauchos, un poco pasados de copas, con grandes facones, intimidándose frente a frente, donde se observó a una mujer salir diciendo “policía”, no percatándose de que el sargento Souza ya tenía encañonado sobre el estómago a uno de ellos. Con gran valentía, hizo que estos parroquianos depongan ese accionar, tirando sus facones al suelo.
Épocas que se media a los hombres por la manera de saber transmitir ese carácter, que demostraba presencia en su accionar policial.
Se casó con Teresa Gargiulo, el 7 de Julio de 1972, viviendo en la zona de Villa Italia, más precisamente en la calle Pujol. Fruto de ese amor nacieron sus hijos María, Valeria, Luis y Juan.
Una vez jubilado, empezó a realizar un programa de radio en FM Líder, donde en el horario de la tarde compartía distintos tipos de música y anécdotas de personajes famosos y referentes de nuestra historia, siendo siempre un asiduo lector de libros, interesándole la mayoría de las veces novelas de Wilburt Smith, entre otras.
Con gustos como la pesca y la tecnología, fue un buen compañero y amigo de vida del signo Aries. Siempre decía que hay personas que aún muertas nos dejan su legado. “Gracias por seguir vivo entre nosotros”.
JORGE FRANCISCO DEROSE
Jorge Francisco Derose nació el 6 de abril de 1938, en las cercanías de la estancia Ramón Segundo, en la ciudad de Tandil. Cursó la escuela primaria y pronto comenzó a trabajar en tareas rurales.
A la edad de 14 años, dejó el campo y consiguió trabajo como cadete en una panadería de la ciudad. Poco después, ingresó a Metalúrgica Tandil, desempeñándose en la fundición. A los 27 años, dejó Metalúrgica para trabajar en Ronicevi. Por entonces, ya se había casado con su compañera Pascua Mazza, con la que formó su familia. Unos años después, llegaron sus hijos Jorge y Andrea. Quedó viudo siendo joven y transcurrieron sus días entre el trabajo y la familia.
En sus últimos años, compartió buenos momentos rodeado de sus seres queridos y del amor de sus nietos. Siempre será recordado con cariño por sus hijos, nietos, hijos políticos, hermanos y sobrinos. Un buen vecino y un hombre de trabajo.
“Hasta siempre ‘Flaco’ Derose”.
MIGUEL ENRIQUE EGUZQUIZA
Miguel Enrique Eguzquiza, más conocido como “el Vasco”, nació en Claraz, el 22 de febrero de 1940; se crió junto a sus padres y sus hermanas, Teresita y Sara, en el establecimiento “San Miguel”.
Fue una persona dedicada siempre a las tareas rurales, en especial a la agricultura.
Se casó con Silvia Marsal, con quien construyó una familia con sus dos hijos Débora y Ezequiel. Hace pocos años, Ezequiel formó pareja con Guillermina, quienes le dieron la alegría de la llegada de su primera nieta Isabella.
Se caracterizaba por estar continuamente con una sonrisa y de buen humor, por lo que se hizo querer por todo su entorno (hermanas, cuñados, sobrinos, amigos). Siempre será recordado por sus andanzas y achurías que se le ocurrían hacer en los eventos familiares.
“Falleció el 25 de octubre de 2020, pero siempre te llevaremos en el corazón y te recordaremos con tus buenas anécdotas. Hasta siempre papi”.
EMMA MABEL BISCAYART
Mabel, como era llamada familiarmente, nació en Labardén el 22 de noviembre de 1930. Su infancia transcurrió en Ayacucho, junto a sus padres, Gabriel y Emma, y su hermano Horacio, además de primos y tíos con los cuales eran muy unidos. Cuando era ella una adolescente, la familia se trasladó a Azul por motivos laborales del padre y ahí vivió hasta que contrajo matrimonio.
Mabel y Carlos, su marido, se mudaron a Mar del Plata, donde transcurrió su vida de casados hasta el divorcio.
Se desempeñó como empleada de comercio en varios lugares hasta que ingresó en la conocida tienda Los Gallegos, donde trabajó hasta el momento de su jubilación. Allí fue muy apreciada e hizo amistad con varios de sus compañeros.
Mabel no tuvo hijos, pero fue una tía muy querida y presente en la vida de su hermano, sus tres sobrinas, Silvina, Belén y Eleonora, y posteriormente de sus sobrinos nietos, con quienes compartió muchos gratos momentos.
Vivió en su amada ciudad, Mar del Plata, hasta 2017, cuando se mudó a Tandil para compartir sus últimos años junto a sus sobrinas y su amiga Yuyú.
Falleció a los 89 años, el 22 de octubre del corriente año, a sólo un mes de cumplir sus 90 años.
“Mabelita, tía querida, siempre te recordaremos con mucho amor y te llevaremos en nuestro corazón”.
MICAELA ETHEL ALONSO
Con estas líneas, la familia quiso ofrecer una pequeña reseña de la vida de Micaela Ethel Alonso de De Esteban, quien hace unos pocos días partió de su lado.
Nació en Ayacucho, el 13 de noviembre de 1933, su madre Antonia Orcajo, su padre Luis Alonso Azpiroz y sus hermanos Lito, Julio y Luis María constituyeron su familia de origen.
Fue una niña aplicada, prolija, inquieta, con grandes habilidades para la pintura, con un sentido estético natural ante el color, las texturas, los diseños, aún la familia conserva bordados exquisitos que realizaba a muy temprana edad.
Ya en los inicios de su adolescencia, conoció al que fuera el compañero inseparable de toda su vida, Héctor Javier De Esteban, “el balcarceño recién llegado a la oficina de telégrafos de Ayacucho. El 24 de diciembre de 1954, consagraron su matrimonio en una íntima ceremonia y se instalaron en Las Flores, donde nacieron sus dos hijos Liliana Patricia y Luis Héctor Martín. Juntos apostaban al progreso, al trabajo, al estudio. Una vida sencilla y laboriosa, honesta y generosa.
De las familias que formaron sus hijos, disfrutaron de siete nietos Mariano, Paulo, Guillermo y Carolina Valetutto, hijos de Roberto y Patricia, y Silvina, Martín y Santiago De Esteban, hijos de Diana Azpiroz y Luis.
Micaela pudo conocer a sus bisnietas Amanda y Catalina, y también de forma virtual, a dos bisnietos nacidos en la actual cuarentena, Mía y Alvarito. Su capacidad intuitiva, su coherencia mental y su fe le permitieron establecer un vínculo de amor con todos ellos.
Recordaba cada cumpleaños y participaba emocionalmente de cada acontecimiento de la familia, haciendo sentir su presencia con un mensajito telefónico, tanto con los familiares en Mar del Plata, España y Chile, como en Tandil a todos sus afectos. Un gran corazón que guardaba sólo los buenos recuerdos. Si en algún momento surgían charlas de antiguos conflictos, se reía y decía “¡eso ya pasó, hay que vivir el presente!”. Tenía muy buen humor, inteligentes respuestas y sabias observaciones que hacían muy interesante la convivencia.
Eran una costumbre arraigada ciertos hábitos nocturnos. Nunca ir a dormir sin saludos cariñosos y buenos deseos y al quedar sola, rezaba por todos.
Siguiendo con sus pasos, el recuerdo hacia 1964, cuando este dúo inseparable decidió tomar la distribución de cigarrillos que le ofreció Martín, el hermano mayor de Héctor, de la compañía La Nobleza en Tandil.
Con total dedicación, durante largos años de gran esfuerzo, llevaron adelante el proyecto y crecieron como empresa familiar, junto a buenas personas empleadas de las que recibieron un cariñoso recuerdo, siendo para muchos de ellos una referencia ejemplar.
A lo largo de su trayectoria como empresarios supieron sostener fidelidad y valoración por parte de su extensa clientela, llegando a construir amistades con muchos de ellos.
“Con estas líneas recordamos con amor a Micaela y Héctor, juntos, muy unidos, elegantes, amables, atentos, sonrientes, colaborando con todos, en lo que podían”.