Descontrolados y apestados

“Estoy convencido de que la sociedad de Tandil es la de una ciudad distinta, que puede dar el ejemplo en todos los ámbitos” y que ahora es el momento de demostrar que ese concepto “es verdadero y es lo que nos sacará adelante”.
Recibí las noticias en tu email
Accedé a las últimas noticias desde tu emailApelando a la legendaria frase de un correligionario suyo con raíces bien tandilenses como Pugliese, podría decirse que el pediatra les habló con el corazón y le respondieron con el bolsillo o con la apatía, a esta altura qué más da.
No hubo gesto, ni apelación romántica ni patriada posible para evitar lo inevitable. No somos Uruguay –como sueña el jefe comunal-, somos parte de una sociedad poco proclive al cumplimiento de las normas y, en tiempos de pandemia, la negación parece la regla, como supo consignar el sociólogo e investigador del Conicet Daniel Feierstein.
“La clave para entender cómo luego de haber empezado tan bien estamos terminando tan mal, es de carácter eminentemente sociológico” (…) “Se sobreestimó el pánico y se subestimó la negación. El pánico puede ser una conducta problemática, puede provocar acciones desesperadas y libres de toda normatividad. Uno lo podría haber pensado para las primeras 48 horas después de decretado el aislamiento, el temor a que la gente se arrojara a los supermercados a pertrecharse de comida y provocar desabastecimiento, por ejemplo. Pero después era obvio que el mayor problema no iba a ser ese. Más bien hemos visto lo contrario, no aparece el miedo que debería aparecer, el miedo saludable ante semejante nivel de muertes y de contagios y, por el contrario, el sentimiento dominante ha sido la negación muy alimentada por el discurso tranquilizador. Porque si yo estoy en un estado de negación y tengo una autoridad que me dice que está todo controlado, este tipo de lenguaje que tiende a alejar el pánico y a recomponer tranquilidad ratifica la negación. Otro elemento que sirvió para ratificar la negación es que faltó un acompañamiento simbólico del discurso, que es lo que en comunicación se llama transmisión no verbal, que suele ser mucho más potente que la transmisión verbal. Yo te puedo pedir que te cuides pero, si te lo estoy diciendo mientras hablo con un periodista en un estudio cerrado, los dos sin barbijo y sin distancia, te estoy dando un doble mensaje que también sirve como ratificador de la negación. Esto es, me están diciendo algo pero ni ellos lo creen, porque ni ellos lo actúan. Ahí hay un componente muy importante para entender por qué cobra tanta fuerza la negación. Y, por último, te señalaría la falta de planificación estratégica, lo que podríamos plantear como un cierto incumplimiento de la palabra pública. Si yo te digo que vamos a aislarnos por equis cantidad de días pero después te extiendo los días, y después lo extiendo de nuevo y de nuevo, entonces, en esa extensión, pierde credibilidad esa palabra porque ya sabemos que esos días no son tales, porque no sabemos dónde está el final y entonces se va generando una situación de agobio, de cansancio, de hartazgo que tuvo que ver con esta falta de explicitación de un plan estratégico. Que además, cuando se estructuró, tuvo diversos problemas” (extraído de una entrevista en el portal NEXciencia).
Lo que nos pasa
Obviamente que el académico no se detuvo en Tandil. Habla del país y el mundo. De cómo no se pudo atemperar el paso arrasador del coronavirus y que claramente ninguna receta hasta aquí ha servido.
Por eso Feierstein no ataca a las medidas gubernamentales que priorizaron las políticas sanitarias, incluso el confinamiento como receta. Más bien todo lo contrario. Considera que se hizo todo lo posible. Por caso, ganar tiempo (en lo que algunos detractores insisten en apelar a la cuarentena más larga del mundo) para equipar al sistema de camas suficientes como para no optar -hasta ahora- en atender a uno u otro. Justamente el sociólogo habla del comportamiento social como la razón para que nos vaya como nos va.
Ya pasó mucho tiempo y la calle desnuda que no hay ánimo ni interés por retroceder un ápice en las libertades individuales y/o colectivas coartadas a favor de controlar el virus. Se dijo, desde este espacio, que lo peor que podía pasar es lo que pasó: una pérdida de autoridad que deslegitimó cualquier discurso o mensaje proclive a los deberes de cuidados sanitarios en pos de salvarnos y salvar del contagio.
Por eso, se consideró ponderable lo asumido por Lunghi cuando decidió emprender un criterio sanitario propio, con el consabido reproche provincial y las notables repercusiones que “el separatismo” despertó más allá de las fronteras serranas.
Se aceptó, que se trataba de una decisión costosa (políticamente hablando) en pos de no perder aquella autoridad. De buscar consensos con los sectores en pugna (comercio, industria, etc., etc.) y comprometerlos a cumplir con los criterios que impusiera la realidad sanitaria.
Pero apenas decretado el Estadio Rojo y sus restricciones a cuestas para que los gimnasios primero, los gastrornómicos ahora, desafíen con desacatar las disposiciones.
Razones no les faltan. La crisis económica los asfixia y las obligaciones tributarias no cesan. Encima, las propias autoridades exponen que el mayor foco de contagio no versa sobre los rubros en cuestión, más bien las razones devienen del comportamiento social intramuros. Los encuentros clandestinos. Las juntadas, las peñas y demás conductas que no se rigen por protocolo alguno, más bien por una responsabilidad individual que, al decir de la propia estadística, no es tal.
Entonces es lógico el reproche comercial. Se invirtió para trabajar con capacidad limitada y con estrictos protocolos para ahora cerrar porque no se puede controlar y reprimir lo que no está habilitado.
Responsabilidades
Y es ahí donde la cabe la responsabilidad indelegable al Estado, en este caso comunal. No se trata de hacer una crítica despiadada frente a lo que a todas luces resultó indomable aquí y más allá también, incluso en sociedades que se presentan como desarrolladas. Tal vez Nueva Zelanda o Suecia podrán ostentar un presente más bondadoso, simplemente porque las autoridades pidieron que se respete el distanciamiento y/o aislamiento y los ciudadanos lo cumplen. Acá, eso no pasó. No pasa.
Es cierto que no se puede perseguir a cada uno de los vecinos. Es difícil de digerir que uno de los gastronómicos que presionó para flexibilizar la actividad hablando de la responsabilidad empresarial en pos de hacer cumplir los protocolos resulta que se contagia en un asado entre amigos. Como mínimo, ahora debería hacer mutis por el foro.
O por caso, un enfermero participa de una reunión social clandestina en María Ignacia que provoca una catarata de contagios. Y encima el trabajador de la salud sigue con sus labores sin más en el cuidado de adultos mayores. Contra esas actitudes individuales no hay mensaje que alcance. Debería ser denunciado y sancionado por atentar contra la salud pública.
Pero más allá de los indebidos comportamientos individuales y/o colectivos, sí se debieran repasar algunas medidas anunciadas que, a esta altura de los acontecimientos, necesitarían explicarse por qué no funcionaron, si alguna vez las aplicaron más allá del anuncio.
A mediados de agosto desde el Sistema Integrado de Salud se informaba sobre el trabajo conjunto con académicos en pos de una plataforma con “la idea de realizar el teleseguimiento de casos confirmados y de contactos estrechos, el acompañamiento a grupos de riesgo como adultos mayores”. ¿Qué pasó con dicho relevamiento? No saben o al menos no contestan…
A principios del mes en curso, se anunció que se comenzaba a usar una aplicación para el control de los ingresos en restaurantes y lugares cerrados. “La idea es optimizar las herramientas tecnológicas disponibles para poder hacer controles más efectivos. Se cruzarán bases de datos y si una persona que está con Covid-19 o debe estar cumpliendo aislamiento domiciliario hace su ingreso a algún restaurante o lugar cerrado, saltará una alarma en el Centro de Monitoreo”. ¿Se aplicó esta herramienta? Y si se usa, ¿por qué ahora la necesidad de cerrar los locales?
Sin prisa ni pausa a las pocas horas el vicepresidente del SISP Matías Tringler a este Diario le dijo: “Lamentablemente no podemos controlar que se cumplan todas las recomendaciones, que se puedan aislar y cortar la cadena de contagios. No hemos podido bajar la curva de contagios desde hace más de 10 días y eso hace que avisemos y que como comité demos las recomendaciones de poder pasar a un Estadio Rojo, para tener un poco más de control, sobre todo en el grupo etario que más está contagiando”.
Honestamente, el mensaje confunde, desorienta. Y ante el desconcierto, se apeló a la quimera de pensar que éramos distintos cuando en verdad terminamos “sorprendidos” porque la peste está entre nosotros, descontrolada.