Fuente: archivo El Eco.

Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).

La esquina de Maipú y San Lorenzo desde tiempo inmemorial, un punto de atracción para muchos. Lugar de convergencia de vecinos del centro y de los alrededores -también de varias leguas de distancia- que concurrían asiduamente, ávidos de pasar un rato amable, gratamente compartido.

Allí estaba la pulpería "La Flor de los Gauchos". Uno de esos negocios tradicionales -almacén y despacho de bebidas- que tenía la particularidad de estar atendido, con amable displicencia, por una exquisita mujer de belleza incomparable.

La codiciaban jóvenes y viejos. Y si algún galán atrevido estiraba la mano más de la cuenta para recoger el vaso donde brillaba la caña... recibía una soberbia bofetada. Que, por ser de mano suave; y, además, por provenir de ella era perdonado con una sonrisa, hasta por el más feroz de los malevos.

Tras el mostrador, la muchacha se prodigaba en amables sonrisas. Aceptaba requiebros y piropos y los devolvía con inocentes amabilidades.

No se supo cuándo ni por qué desapareció del barrio. Si se fue detrás de algún parroquiano que la supo seducir o la llevó, como a la pulpera de Santa Lucía, algún payador mazorquero. Lo cierto es que la exquisita mujer que iluminaba con sus sonrisas la pulpería, dejó de estar un buen día en su sitio habitual.

El negocio siguió existiendo por muchos años. Pero ya no era lo mismo. Hasta que allá por el treinta y cinco, se convirtió en... guarida de macabros fantasmas.

"De repente decía el dueño de casa uno se mete en la pieza y... ¡vuelan los papeles!, se mueven las maderas, se oyen golpes, crujen los pisos, saltan los cuadros, se sacuden las cortinas... ¡es terrible lo que pasa!"

Con cada testimonio, el ambiente se iba saturando cada vez más de sugestiones abracadabrantes, produciendo un escozor como de miedo, en el vecindario que cada noche se reunía en las inmediaciones para comentar.

"Son los espíritus que quieren comunicarse con nosotros decía una señora entrada en años. Y otra agregaba: "Son las propias almas de los hombres que antes han vivido en la tierra y ahora, libres de su envoltura corporal, pueblan y recorren el espacio..."

Todo contribuía a conformar un cuadro tan tétrico como especial. La mayoría de quienes se aproximaban al lugar, guardaban silencio, con los ojos desmesuradamente desorbitados. Y si se hablaba... se hacía en la media voz que agrandaba el miedo y aumentaba las sospechas.

El insólito caso tenía en jaque a la policía y al barrio. Uno de esos espíritus andaba haciendo malabares por los techos de las casas. Según los relatos que se hacían con el tono misterioso que cuadraba a tan insólita situación, se trataba de una figura de extrema agilidad, que con una linterna se entretenía recorriendo las azoteas y asustando a las personas ingenuas que aún creían en aparecidos.

Aparecía sorpresivamente y desaparecía, como por arte de birlibirloque, con singular rapidez. La policía, acompañada por varios vecinos, se lanzaba con deseos de atraparlo. Y como burlándose de ellos, daba un salto y se perdía en la negrura de la noche. Y aparecía... a varios techos de distancia.

Cada vez el misterio era mayor, mientras la audacia del "aparecido" iba creciendo.

Un agente de facción en la esquina, tenía su propia versión del caso. Y decía convencido, sin ocultar el pánico que lo dominaba: "Para mí que es "Pólvora" que anda armado y con malas intenciones", haciendo referencia al célebre malevo, cazador de policías. Pero nadie podía precisar si era realmente un ser humano o un alma en pena que andaba haciendo penar a todos.

Realmente metía miedo a muchos. Aunque para quienes no creían en duendes, fantasmas ni aparecidos, todo esto resultaba también extraño. Sobre todo, cuando favorecida por los incrédulos, la cosa comenzó a distorsionarse, de manera que los "espíritus", mediante unos golpes que se escuchaban en el tétrico silencio de las noches, comenzaron a decir la edad que tenían quienes los interrogaban. Y según algunos... ¡hasta daban los números para jugar a la quiniela!

Esto hizo recapacitar a unos cuantos, que podían llegar a aceptar que los espíritus hablaran, golpearan e hicieran ruido, pero se negaban a admitir que revisaran los bolsillos, como a veces ocurría en medio de la más absoluta oscuridad. Si los espíritus que perturbaban la tranquilidad buscaban plata... ¡seguro que eran de carne y hueso! Y de manos largas y veloces, para el bolsiqueo hábil.

Por eso algunos que ya peinaban canas, se inclinaban por la grata reminiscencia del tiempo ido y preferían pensar en aquellos momentos dulces que iluminaba con su sonrisa "La Flor de los Gauchos". Cuando los mozos se detenían para mirarla. Y de paso, calentaban el garguero con copiosas libaciones.

Continua.

NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

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