Fuente: archivo El Eco.

Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).

Cuando "La Flor de los Gauchos" dejó de ser pulpería, fue a vivir allí, en 1904, Roque Labriola con su familia. Era una casa con patio grande y tapial tipo cementerio, compuesta de cuatro piezas grandes, salón y cocina. A un costado había un largo corredor donde la paisanada -en tiempos en que el principal atractivo era la morocha de singular belleza que enamoró a muchos y despertó celos en unos cuantos- solía apearse de los caballos que dejaba allí, atados al palenque.

Estaba ubicada casi en la esquina de las calles Potosí (luego San Lorenzo) y Maipú. El terreno estaba minado de vizcacheras, que avanzaban irrespetuosamente hasta meterse por donde les daba la gana, de manera que no pocas veces -según relatos de gente de la época y del barrio- aparecían hasta debajo de la cama.

Después de "La Flor de los Gauchos", que desapareció al poco tiempo que se fue la morocha -nunca se supo si con algún parroquiano que la supo seducir con algún payador mazorquero, como a pulpera de Santa Lucía el lugar pasó a llamarse "Esquina de la Víbora". Nombre menos romántico, pero tan atractivo como el anterior.

Ese era el punto de llegada de la pista reservada a carreras de caballos que, en forma sesgada, apuntaba hacia la esquina formada por las calles Sudoeste hoy Rivadavia-y Constitución, denominada entonces San Juan.

Allí muchos empleaban las horas que el trabajo dejaba libres, los sábados o al anochecer, cuando una copita de añeja "ginebra" o un vaso de vino entonaban una reñida partida de baraja, de taba o de bochas. O cuando el sol de la tarde dominguera jugueteaba en los cascos de fuertes pingos, en una cuadrera que levantaba su buena polvareda de entusiasmo y de apuestas.

Un poco más allá -en 14 de Julio y 25 de Mayo-, vivía el zapatero Ceferino. Y por ahí cerca estaba también la escuela primaria de la señorita Yrigoyen, que impartía cursos hasta tercer grado.

Por allí, por Potosí y Maipú, funcionaba el almacén de José Vulcano. Y sobre Potosí, vivían José Rosito y Rafael Demarco, padre este último de Leonardo Demarco, fundador de la peluquería de damas que hoy lleva su apellido.

Por Maipú vivía Constantino. Y frente a la antigua pulpería de tan gratas reminiscencias, había una casa de adobe con techo a dos aguas, que era conocida como "el rancho del Cabo Vega".

Un poco más allá, estaba "La Casa Larga", llamada así porque todas sus habitaciones se alineaban una junto a la otra, lo que daba al edificio un raro aspecto, angosto y alargado.

Allí vivió más tarde Miguel Labriola, "el tío Miguel", como le llamaba la gente del lugar.

Cuentan que en cierta oportunidad, de una tropa que pasaba por la calle Avellaneda -casi apenas una huella entonces se separó un toro que echó a correr y halló a su paso la Casa Larga". Y como encontró la puerta abierta, se metió en ella, recorriendo enloquecido de una punta a la otra y arrasando cuanto se le iba poniendo por delante.

Adentro estaba el tío Miguel" y su familia, quienes embestidos por el animal, resultaron heridos seriamente.

Pero antes de eso, cuando "La Casa del Tío Miguel" era solamente "La Casa Larga", vivía allí gente nativa de la zona. Gente que iba a las cosechas del maíz o a la esquila y que cuando volvía celebraba las ganancias con tortas fritas y baile, llenando de una musiquita retozona, hasta bastante lejos, el aire del pueblo.

Detrás no había más que la loma, paraíso de las vizcachas.

La manzana encuadrada por las hoy calles 25 de Mayo, 14 de Julio, Constitución y Chacabuco, era una gran cava que, posteriormente, fue rellanada con basura.

El eje del barrio era "La Casa Larga".

Por detrás de ella, las aguas que bajaban del "Cerro del Águila" -hoy "Parque Independencia"- formaban, en épocas de lluvia, un arroyuelo que era la fiesta de los chicos y muchachos de entonces.

El camino, casi una huella, fue después calle de tierra. Que desapareció con el progreso, allá por el año catorce, cuando llegó el pavimento de adoquines, que terminó de apagar los últimos ecos de las galopadas, que iban a detenerse en "La Casa Larga". Y, también, los gritos y los silbidos con que los reseros de antaño llevaban las tropas, por ahí mismo, rumbo al matadero.

NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

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