Fuente: archivo El Eco.

Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).

Poco después de 1855, cuando no había huido aún el salvaje de este sitio de la pampa, las galeras de antaño hacían ya dos viajes por semana a Buenos Aires, cruzando el Salado en balsa, con caballos cedidos gratuitamente por muchas estancias por donde pasaba el servicio.

Una década más tarde, apareció un aguerrido vasco, mayoral de la diligencia de Cervera, Niel Mariño y Cía., que tenía instalada su mensajería en 9 de Julio entre Pinto y Belgrano, donde hoy se levanta un moderno edificio de varios pisos.

Juan Ramón Goñi tal era su nombre que recuerda hoy una calle de Tandil había cruzado la cordillera de Los Andes con su galera. No podía entonces mezquinarle sacrificio a la empresa. Ni siquiera cuando debía, vuelta a vuelta, detenerse en el camino para enfrentar o eludir la acometida de la indiada.

Por eso es que no se detuvo en su avance y fundó luego, en sociedad con Cervera, la empresa "La Protegida", que unió Tandil con Dolores, terminando en Buenos Aires.

Hasta que llegó el ferrocarril a Tandil, en 1883. Y con él, claro está, la ruina de la diligencia.

Debieron transcurrir once años, entonces, hasta que otro vecino emprendedor -Adolfo Hierro- adquiriera la célebre galera, instalando el servicio Tandil-Lobería, a través de numerosas postas, que a la sazón aguardaban anhelantes su llegada: "La Porteña" de Alduncin, "La Merced" de Peña, "La Eloísa" de Acosta", "La Carlota" de Ortiz, “El Carmen" de los Ocampo, "La Numancia de Pedro y Bernardo Esmenothe, "La Fortuna" de Ramírez, "San Justo" de Walker y "San Antonio" de Arruda, que era el punto terminal.

Otra etapa sucedió a partir de 1906, bajo la conducción de Juan Baca.

Por aquella época -recién había terminada la primera guerra mundial- junto al regocijo por la paz tan largamente anhelada, se producía un estallido de anhelos de superación, a través de una búsqueda afanosa de un porvenir mejor.

Ricardo Morel era, a la sazón, un muchachito de la zona de "La Numancia". De un centro escasamente poblado, en torno a la estancia que rememoraba con su nombre homónimo a la famosa batalla española. Separado como estaba de Tandil por caminos intransitables, por grandes lomadas que hacían penoso el ascenso y peligrosas las bajadas, pero con un espíritu de servicio a toda prueba y con un afán poco común -con una clara visión del futuro, además- encaró la compra de la vieja galera, de histórica trayectoria.

Seis mil pesos pedía Baca. Y un crédito del Banco Comercial, con la garantía del padre de Morel, hizo posible que el antiguo carromato pasara a sus manos.

Así pudo ubicarse el muchacho empeñoso en el pescante de su galera y empuñar las riendas, andando los huellones de antaño, rumbo a sucesivas metas de progreso, jalonadas con su empeño y con su esfuerzo.

La empresa no fue fácil. En épocas de sequía, había que beber los polvos del camino durante sofocantes jornadas estivales. Y en tiempos de grandes lluvias, para no caer al borde del sendero casi siempre anegado, había que seguir adelante, guiándose por los desniveles que producía el agua sobre las alcantarillas totalmente cubiertas.

El agua del río Quequén, que debía cruzar la galera, mojaba a veces los pies del conductor, cubriendo buena parte del carromato. Que para cubrir cien kilómetros, tardaba dieciséis horas. Salía a las 2 de la madrugada y, por lo general, llegaba a las 18. Cuando no quedaba empantanado o debía recuperarse de un vuelco -hasta dos veces en un mismo viaje- la heroica galera.

Seis años después -allá por el veinticinco- sobrevino la primera etapa de modernismo para la pequeña empresa, cuando Morel echo a pastar sus caballos y montó sobre un Ford modelo T, al que Gregorio Fernández, en sus talleres "El Brazo" - Santamarina y España- le adosó una carrocería especial, poniendo en marcha así la primera galera automóvil de Tandil.

De ahí en más, las cubiertas treinta por tres y medio con cadenas, tomaron a su cargo el desafío del camino, animadas por la misma voluntad de siempre de su conductor. La galera llevaba y traía a los peones de las estancias, a la gente toda del pago de "La Numancia". Y también transportaba correspondencia y carga general, que dejaba o retiraba en las tranqueras donde eran recibidas o enviadas por los interesados.

No existían guías ni boletos, entonces. Todo estaba librado a la buena voluntad, a la responsabilidad de cada uno, a la buena fe de la gente. Y la palabra empeñada Valia lo mismo-o más que la firma.

Por eso... Morel anotaba en una libreta. Y a fin de mes... cobraba.

Después la empresa pasó a denominarse en 1937- "El Micro", extendiendo su recorrido, con cinco unidades, a Ayacucho, Fair, Labarden y Maipú.

Años más tarde -1957-se transformó en Expreso Rio Paraná, la sociedad de nuestros días que, al cabo de 76 años - integrada hoy por hijos y nietos del precursor- cubre un importante servicio, con cabecera en Tandil, hacia distintos puntos del país.

NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

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La galera de Morel