Fuente: archivo El Eco.

Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).

Cuando 120 o más años atrás -tal como hemos señalado en notas anteriores- se trasportaban por estos sitios de la pampa, leche, queso y manteca en vejigas de vaca y de oveja, colgadas en las traviesas del techo de las carretas, seguramente el acondicionamiento de los productos era más práctico que higiénico. Pero a medida que fue llegando el progreso, fue surgiendo la necesidad de controlar el expendio de leches contaminadas de gérmenes patógenos. Y en ello, vino la adopción de medidas endientes a garantizar la calidad del producto.

Mas aún, a partir del 1 de enero del año trece, siendo comisionado Antonio Santamarina, no sólo se distribuyó gratuitamente a los niños -a través del Dispensario "Gota de Leche"- el producto esterilizado, sobre todo en la época estival en que la temperatura y cambios atmosféricos favorecen las pululaciones microbianas, sino que se protegió y estimuló también la lactancia materna, con lo que se logró atenuar considerablemente la mortalidad infantil.

A tal efecto se establecieron subvenciones especiales de 25 pesos mensuales a una cantidad determinada de madres, quienes para optar a los mismos, debían cumplimentar cuatro requisitos: certificado de aptitud para desempeñar las funciones de nodriza, ser pobre de solemnidad, presentar al niño que lactaba para que el médico director -a la sazón el Dr. Alfonso Esquerdo- certificara la conveniencia de esa lactancia y presentarse al Dispensario, en las horas de servicio, con el niño que lactaba, para poder utilizar su lactancia en otro niño que lo reclamara con urgencia.

La leche que consumía la población adulta, un tanto, era la proveniente de los tambos que, en gran cantidad, circundaban el pueblo. Hasta que una ordenanza de principios de la década del cuarenta, basada en una ley provincial -la 3607- estableció la obligatoriedad de consumir en Tandil leche pasteurizada.

La población resistió enérgicamente, entonces, la medida, ya que no se le daba la posibilidad de optar por el producto de los tambos. Y, además, se entregaba la distribución a una sola empresa, estableciéndose así un verdadero monopolio en beneficio privado, del que dependían productores y consumidores. A lo que se sumaba la desocupación de centenares de trabajadores, vinculados con el abastecimiento domiciliario, directamente de la vaca al consumidor.

Esto dio lugar a grandes manifestaciones de protesta de tamberos, repartidores y público en general, que contaron con el apoyo de todos los gremios, del comercio, la industria y la población, a mediados del año 42.

El gobierno comunal -a la sazón en poder de William Leeson- y el provincial, a cargo del doctor Rodolfo Moreno, prometieron soluciones que no llegaron. Las reiteradas presentaciones ante el ministro de Gobierno Vicente Solano Lima, no obtuvieron respuesta. Y como no sólo la imposición de consumir determinada leche enervaba a la población, sino que, además, mucha gente había quedado sin trabajo -y lo que era peor, se hacía sentir la persecución policial, que no vacilaba en derramar, a punta de pistola, la leche proveniente de los tambos- fue madurando el enfrentamiento inevitable, como con secuencia de una reacción que tampoco podía evitarse.

Porque muy pocos estaban dispuestos a aceptar que se los obligara a comprar una leche más cara, que no se había probado que fuera más buena. Sobre todo la gente humilde y, fundamentalmente, las amas de casa. Que no vacilaron en salir a la calle, desplegando una enorme Bandera Argentina y entonando las estrofas del Himno Nacional, en defensa de intereses populares y legítimos.

Al frente iban, por lo general, las mujeres de los repartidores que habían quedado sin trabajo por la prohibición del expendio libre del producto. Entre ellas, Juana G de Belsito, Pepa M. de Di Nucci, María D. de Fernández, María García de Gorostidi, Elena D. de Ferreyra y Julia Martínez, que eran las más enardecidas.

En una oportunidad, luego de recorrer las calles céntricas, incluyendo visitas a los diarios Nueva Era y El Eco de Tandil. llegaron hasta el intendente Leeson, a quien le entregaron una nota que decía:

"Encontrándose varias familias en una desesperante situación económica, producida por el forzado paro producido como consecuencia de la prohibición del expendio libre del producto, recurren al jefe del Departamento Ejecutivo, a fin de solicitarle su intervención, ante el Poder Ejecutivo de la Provincia y ante la comisión especial designada por éste y llamada a dictaminar sobre la aplicabilidad de la ley vigente, para que a la brevedad posible se diera la solución que contemplara el problema, antes que se produjera lo irreparable en los hogares de quienes, pacientemente, esperaban el cumplimiento de las promesas formuladas oportunamente".

En una de esas manifestaciones para reclamar por la libertad de trabajo, acuciados por la necesidad y las persecuciones, se registró el enfrentamiento inevitable. Pero, no fue entre lecheros y policías, sino entre éstos y el público adicto que los insultaba y apedreaba, solidario con productores y trabajadores. Y, también, con la leche que provenía de los tambos, con la que, retirándole la gordura cuando estaba estacionada, las amas de casa, batiéndola, hasta podían hacer manteca.

(Continúa)

NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

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