Fuente: archivo El Eco.

Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).

En tiempos incipientes para la lucha contra las enfermedades, cirujanos y flebótomos utilizaban para curar los males, desde las famosas piedras infernales, hasta la codiciada agua colonia y desde la modesta sal inglesa a la tintura de ruibarbo, pasando por la magnesia -para regular el funcionamiento intestinal- y algún yuyo medicinal que nunca faltaba.

Después, a partir de 1854, se instalaron las primeras boticas y droguerías en el pueblo. Y el tiempo fue andando. Desde Agustín Cuadri, el primer boticario que figura registrado en el archivo municipal, hasta nuestros días, han transcurrido... 142 años. A través de los cuales la farmacología fue evolucionando hasta alcanzar la significación muy difícil de imaginar por aquel entonces. Como resulta difícil imaginar hoy, también, a qué tipo de remedios se echaba mano en otras épocas para curar los males.

Allá por 1838 -apenas tres lustros después de la fundación del Fuerte de la Independencia del Tandil-, el profesor Girolamo Pagliano lanzó al mercado, en Florencia, Italia, donde residía, un jarabe "depurativo y refrescante de la sangre", según anunciaba, que rápidamente ganó otros mercados, llegando a nuestro país y a Tandil, en poco tiempo.

Según las indicaciones que se daban entonces, el jarabe Pagliano debía tomarse por la mañana en ayunas o por la noche, después de hecha la digestión. Su presentación era en pequeños frascos y en cajas, en forma de polvo. Debían tomar los adultos la tercera parte del envase, los niños de 8 a 12 años la quinta parte, los de 4 a 6 la séptima parte, los de 2 a 3 la décima parte y los niños de pecho la doceava parte.

Y tal como expresaba el prospecto adjunto, debía disolverse "en un poco de agua o en ostia, según la mayor o menor aversión que se tenga a las medicinas".

"Cada dosis -continuaba la explicación- debe producir tres o cuatro evacuaciones. Si la primera no hubiese operado bastante, se repite al día siguiente, aumentando un poco más. De este modo, cada uno podrá determinar por sí mismo la dosis que mejor conviene a su temperamento".

Una caja, equivalía a un frasquito.

En las enfermedades recientes-recomendaba- dos o tres días bastan para obtener una perfecta y radical cura. En las enfermedades crónicas, es preciso prolongar el tratamiento por espacio de cuatro días consecutivos, interponiendo dos días de intervalo de un período al otro y continuando de este modo hasta completar la cura".

"Durante la misma -señalaba también- deberán ingerirse alimentos sanos y nutritivos; por ejemplo, una buena sopa de carne de vaca, un ala de pollo, un pedazo de carne de ternera que no sea fibrosa, un poco de asado, fruta fresca y madura y vino bien aguado".

"En cuanto al resto -terminaba- no hay más que atenerse al régimen prescripto en el opúsculo que se halla unido a la caja". En el que también podía leerse, textualmente:

"Estos polvos obran al instante sobre la masa de la sangre. Introducidos en el estómago, se filtran en las venas lácteas, provocan la depuración de la sangre y activan su circulación. Sin producir la náusea que provocan generalmente todos los remedios líquidos, depura la sangre y la economía animal de todas las materias heterogéneas, hasta el último residuo".

"Haciéndose uso de los referidos polvos todos los meses, durante tres días consecutivos -decía también- consolidan la salud, mantienen una encarnación fresca, pura, agradable y libre de toda erupción, purifican el aliento, restituyen el apetito, contribuyen a una buena digestión, hacen dormir sueños tranquilos, facilitan todas las funciones naturales y -como si esto no fuera poco- hacen llegar a la extrema vejez sin haber sufrido enfermedad alguna"... Y aclaraba Pagliano: "... siempre que no se cometan desórdenes o extravicios".

Y la propaganda del famoso jarabe, continuaba: "Es éste un producto que exime de cualquier enfermedad contagiosa". Y venía enseguida la explicación: "por la buena y simple razón que, hallándose la sangre depurada, purificada y en su estado normal, faltan al envolvedero del cuerpo los elementos corruptibles que pueden dar lugar a la corrupción de los humores, ni profunda ni superficialmente. En consecuencia, hallándose en nosotros todo sano, no puede tener efecto el menor estado de sufrimiento".

¡Qué tal!

Continúa.

NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

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