Fuente: archivo El Eco.

Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).

No pocos adelantos tuvo el pueblo -como señalamos en una nota anterior- al comenzar la década del ochenta. 115 años atrás. Pero no fueron pocos, asimismo, los contratiempos que debieron afrontar las autoridades y el vecindario.

Cuando se inauguró el hospital y asilo San Juan -en Maipú y Río Bamba (hoy Alem)- por ejemplo, la Corporación municipal, que contribuía a su mantenimiento con mil pesos por mes, suspendió el pago de 500 pesos, también mensuales, que venía haciendo efectivo al boticario encargado de proveer medicamentos a la población. Y Flaminio Maderni -de él se trataba- pasó entonces una factura por la suma de 55.273 pesos, que se le adeudaban de varios años atrás. Y no tuvieron otro remedio que pagársela.

El presupuesto comunal, era muy exiguo. Los ingresos por todo concepto llegaban apenas -en 1881- a 353.500 pesos. La contribución directa del vecindario era la suma de mayor significación: 60.000 pesos. Después, le seguían en orden de importancia los derechos de abasto ($ 56.000), las patentes de billares (S 22.500), los boletos de señales ($ 18.000), los derechos de pesas y medidas ($12.000), las patentes ($11.800), el derecho de guías ($ 10.000), los derechos de cementerio ($7.000), derecho de sisa (51.200), etc.

Esos ingresos debían destinarse: a obras públicas $ 55.000, al fondo de escuelas $ 53.025, y a sueldos $ 44.400. El alumbrado público demandaba una erogación de $ 30.000, la limpieza del pueblo $ 24.000, la conservación de calles $ 18.000 y el mantenimiento la plaza otros dieciocho mil.

El hospital se llevaba -como ya hemos señalado- $ 12.000, el comisario de policía otros doce y el encargado del cementerio $ 6.000. Y para que no se notara que había miseria... se asignaban 30.000 pesos a las fiestas públicas. Porque el pueblo tenía derecho a divertirse.

Por aquel entonces el Gobierno provincial reclamaba el pago que debía realizar el municipio con destino al Consejo de Educación. Y el municipio le contestaba que haría efectivo ese pago, cuando la Provincia le hiciera llegar a la comuna lo que le debía.

Para colmo de males, los ingresos municipales se resentían al no anotar la iglesia -y tampoco cobrar- el derecho de defunción a los dinamarqueses y protestantes que morían.

Y los gastos eran cada vez mayores

Ante una filtración de agua, el cura pedía la reparación de una de las torres del templo. Manuela Villamayor, antigua expreceptora de escuelas, solicitaba "en mérito decía la nota elevada- de los servicios prestados como educacionista de la mayor parte de las hoy matronas que tiene este pueblo", un subsidio para atender sus necesidades. Y todo se complicaba con el estado de enajenación mental del vecino Domingo Barrutia, cuya familia no podía prestarle asistencia.

Según el censo de ese año, Tandil contaba con 9.762 habitantes y había en el pueblo 60 establecimientos industriales con 266 empleados y 95 comerciales con 322. Componían la aldea 1.401 casas, de las cuales 134 eran de azotea y 1.267 de madera, ripia, zinc y otros materiales.

Había, asimismo, 74 coches y volantas y 316 carros y carretas.

Pero no todo era negativo. Se registraban, a la sazón, algunos anuncios positivos: Antonio Belami, por ejemplo, abovedaba y empedraba las primeras calles. Otro vecino -Goyeneche- abría la fábrica de alpargatas y calzado denominada "La Piedra Movediza", en 9 de Julio esquina Sarmiento (de espalda a San Martin y Rodríguez). Y la Sociedad Rural Argentina, realizaba la primera feria industrial y ganadera, el 22 de septiembre de ese año, en la manzana delimitada por las calles Rodríguez, Yrigoyen, Pinto y San Martin.

Se daba a conocer un decreto provincial, también, prohibiendo el cepo y ordenando que el juez de paz inutilizara ese instrumento de la manera que lo creyera más conveniente.

Ya por aquella época, asimismo, se instalaba la costumbre de las rifas. Y era la comisión de Recursos Extraordinarios del asilo San Juan, quien la realizaba por el sistema de cedulillas.

El presupuesto del 82 incluyó un gravamen a las canchas de pelota a paleta y un impuesto a los collares para perros. Y un aumento, también, en los sueldos del personal comunal. El secretario de la Corporación Municipal pasó a ganar 2.000 pesos, el comisario de policía 1.500, el jardinero de la plaza 700 y el ordenanza y el escribiente 500 cada uno.

Se avanzó ese año en la pulcritud del sector urbano, ordenándose el blanqueo de las casas y la demolición de construcciones hechas en medio de las calles.

Y como si esto fuera poco, Emilio Filloy fue puesto al frente de una banda de música que tenía a su cargo amenizar las fiestas populares y las noches con sus melodías, su armonía y sus conciertos de voces e instrumentos.

NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

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