Fuente: archivo El Eco.

Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).

No había cumplido todavía cuatro décadas de existencia el pueblo, cuando el pionero dinamarqués Juan Fugl -el primero en sembrar, cosechar, convertir el trigo en harina y hacer el pan- en nota remitida el 28 de febrero de 1861, solicitaba autorización al Gobierno provincial, para instalar un molino accionado por la corriente de agua del arroyo que, a la sazón, atravesaba la quinta de su propiedad, ubicada en parte del lugar que hoy ocupa el Dique del Fuerte.

"Cuento con todos los elementos necesarios para lo que me he propuesto -decía- y considero que el canal de desagüe que debo construir, no causará perjuicios a terceros; además, será un factor de progreso para el pueblo y un beneficio para sus habitantes"- agregaba.

A poco de recibir el pedido, el Ministro de Gobierno de Bartolomé Mitre -a la sazón Pastor Obligado- se dirigió en consulta a la Corporación Municipal de Tandil, con recomendación de pronto despacho.

La autoridad comunal aquí, designó una comisión encargada de estudiar si la instalación del molino propuesto por Fugl, podía ocasionar perjuicios a terceros. Esto dio lugar a un por momentos rudo cambio de opiniones, entre los que sostenían que el lugar debía seguir siendo balneario público como hasta ese momento y, también, lavadero de ropas donde las mujeres del pueblo concurrían diariamente a cumplir con ese cometido. Y los que entendían como más provechosa la instalación del molino.

Prevaleció finalmente el criterio industrial y progresista y la balanza... se inclinó a favor de la propuesta del danés -que a la sazón integraba también la dirigencia comunal- aunque con el desagrado de lavanderas y bañistas, que debieron correr su asentamiento... un poco más cerca del pueblo.

"Un establecimiento de esta naturaleza -decía la Municipalidad en la nota de respuesta a Obligado, que subscribían Moisés Jurado como vicepresidente y Santiago A. Antonini como secretario- daría un gran impulso al progreso naciente de este pueblo".

El expediente fue girado luego a la Fiscalía de Estado, a cargo entonces del doctor Eduardo Costa, quien a su vez lo remitió al Departamento Topográfico provincial, recabando su opinión acerca de si consideraba necesario que al acordarse a Fugl la autorización pedida, se dejaran a salvo las cuarenta varas de ribera sobre el arroyo del Tandil que, de acuerdo a la legislación vigente, correspondían al fisco, tal como se había resuelto anteriormente ante un pedido similar de los señores Languerín y Faggart, a quienes se otorgó licencia para instalar un molino de agua sobre el río Las Conchas.

La respuesta del referido Departamento -subscripta por Saturnino Salas, Mariano Moreno y Antonio Malaver- no se hizo esperar, ya que elevó su informe al cabo de una semana.

"Para el Departamento Topográfico -decía-el arroyo del Tandil no es de aquéllos que ofrecen caudales naturales que, por su capacidad y situación, estén sujetos a la acción de las leyes, por las que debe dejarse a sus márgenes un espacio libre para el tránsito público y para las necesidades inherentes a los ríos navegables".

Y agregaba: "Es, pues, por lo expuesto, que a este Departamento le parece que puede concederse libremente el permiso que se solicita, siempre que en ello no haya perjuicio a terceros".

Así fue como con fecha 5 de julio de 1861, el gobernador Bartolomé Mitre acordó a Fugl el permiso solicitado.

El trámite había tenido una duración de poco más de dos meses, tiempo que debió considerar excesivo el pionero dinamarqués, quien impaciente por plantar el jalón de progreso que se proponía, no aguardó que se expidiera el Gobierno provincial y puso manos a la obra, días después de haber solicitado autorización.

Pero no habría de ser éste el último escollo a vencer por el enjundioso dinamarqués, ya que intensas precipitaciones pluviales registradas por aquella época en la zona, dificultaron la instalación del molino, en el breve término que se había propuesto su gestor.

A esto se sumó la guerra que, en la segunda mitad de 1861, se produjo de nuevo entre la Confederación y Buenos Aires, derivando en la batalla de Pavón.

Pese a todo, para mediados de noviembre de 1862, el molino ya se hallaba en condiciones de comenzar a funcionar.

El 17 de ese mes, precisamente, reemplazó a la vieja tahona que el mismo Fugl había venido utilizando hasta ese momento.

El nuevo molino contaba con una capacidad tal, que podía moler hasta 1.400 fanegas anuales.

No fue éste, sin embargo, el primer molino que existió en Tandil, movido por fuerza hidráulica, ya que ya en marzo de 1858 -tres años antes- existía en el pueblo un molino de agua, cuyo propietario no registra la historia, aunque bien pudo pertenecer al mismo Fugl.

NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.

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