Tras el piropo inofensivo, la voz de los bufosos
LO QUE PUDO TOMARSE SOLO COMO UNA EXPRESIÓN DE HALAGO, TIÑÓ DE SANGRE LO QUE DEBIÓ SER UNA SIMPLE GALANTERÍA. ADEMÁS, OTRO QUE -CIEGO DE FUROR- HIZO MÉRITOS PARA MORIR.

“Adiós Sofía… ¡qué orgullosa que vas!”. Solo eso, aparentemente, le había dicho esa mañana Ramón Barragán a una chica del barrio al verla pasar. Pero el saludo amable y cordial, sin otra intención que la del halago inofensivo, le cayó mal a la chica, que no tardó en decírselo a su novio… quién sabe de qué manera.
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Accedé a las últimas noticias desde tu emailLo cierto es que Heriberto Loperena, empleado por aquel entonces en el Corralón Municipal y celoso custodio de su querida, debió sentirse como Falucho en la Fortaleza del Callao, negándose a sustituir la Bandera Azul y Blanca por el estandarte del Rey, porque manoteó el bufoso y con la sangre en ebullición salió a vender cara la afrenta.
La plácida tarde del 3 de noviembre de 1931 iba apagando sus luces, cuando el mozo piropeador –pintor de brocha gorda, además- con la escalera al hombro y el tarro de pintura retornaba a su casa silbando y, tal vez, pensando en la atractiva muchacha destinataria de su requiebro. Anochecía poco después, cuando la caballería policial atravesaba el centro raudamente rumbo al sector Noroeste de la ciudad, dando la sensación, por su vertiginoso andar, que algo grave había ocurrido. Promovía, además, la curiosidad de la gente que, algunos a pie, otros en bicicleta y también motorizados, se había lanzado detrás de la autoridad para ver qué era lo que realmente ocurría.