HABITAT Y CONCIENCIA
De la ciudad al campo, la vida al ritmo de los ciclos de la naturaleza que cada vez más personas eligen
Cada día que pasa es más común escuchar a personas que quieren cambiar su estilo de vida, desde pequeños (pero claves) cambios de hábitos alimenticios como reducir el consumo de carne, consumir productos agroecológicos, o productos artesanales locales, incorporar nuevos alimentos a las dietas como legumbres, como también la necesidad de hacer deporte para mantener el cuerpo y la mente saludables.
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El Covid-19 fue el elemento catalizador para concretarlos en muchos casos y también lo que fundamentó a la perfección el por qué, para qué y la importancia de hacerlo.
Otro fenómeno que está cobrando cada vez más fuerza junto a nuevas formas de producir alimentos como agroecología, la biodinámica y la permacultura, es la migración de la ciudad al campo para poder convivir en armonía con los ciclos de la naturaleza y con relaciones humanas solidarias. Ahora bien, la pregunta de cómo llevarlo a cabo encierra varias cuestiones y planteos que surgen a la hora de materializar el cambio.
Para eso desde “Hábitat y Conciencia”, elegimos compartir experiencias locales que decidieron embarcarse hacia ese desafío de vivir en el campo, producir y comercializar sus productos, luego de sentir con el corazón que la única alternativa posible era estar cerca de la tierra y, sobre todo, cerca de uno mismo.
La calma de la tierra
Mailen y Pablo viven junto a sus hijos Dante y Lucero sobre la Ruta Provincial 30, a unos 18 kilómetros de Tandil, donde llevan adelante su proyecto familiar de agricultura agroecológica y cuentan con una hectárea de huerta y 48 para siembra más extensiva.
Las ganas potentes de estar más tiempo en la naturaleza fue lo que los impulsó a dar el primer paso hacia la vida en el campo. “Nos entusiasmaba también la idea de hacernos nuestra casa con un material diferente, el adobe, teníamos energía para eso y nada nos apuraba porque teníamos nuestra casa en la ciudad”, relató Mailén Barraza.
Esa necesidad de estar más y más en contacto con la tierra y su entorno los llevó a empezar a asesorarse, elegir donde harían su casa y así comenzaron. Fueron casi dos años de ir construyendo su hogar cuando podían, a medida que juntaban el dinero y disponían de tiempo. Cuando casi estaba terminada llegó Dante, su primer hijo, y con él el gran impulso final para terminarla y vivir en la naturaleza.
Tal como lo describieron, pudieron lograr esto porque tenían el motor de las ganas y allí pusieron sus energías. Mientras ella trabaja en turismo, ahorraba.
Su compañero, Pablo, se crió en el campo y después hizo el secundario en la Escuela Granja, entonces cargaba con conocimientos como la habilidad y la curiosidad. Además, había observado cultivar a su padre, aunque de manera convencional, por lo que significó un desaprender y aprender al mismo tiempo.
En familia crearon el emprendimiento Calma Tierra y para eso fueron experimentando los ciclos de la verdura, de la naturaleza en sí misma, “más cuando uno cultiva sin fumigar ni usar químicos”. “Fueron más los conocimientos que adquirimos sobre la marcha y tiene que ver con la observación de la naturaleza, la prueba y el error, el hacer y equivocarse”, aseguró.
El valor a la vida
También sobre la Ruta 30, pero más hacia el norte, a casi 30 kilómetros de Tandil y a 7 de la estación De la Canal, vive Marcos en su casa de adobe y a unos 100 metros de él su hermano, Gerónimo, junto a su familia. En casi tres hectáreas, ambos soñaron desarrollaron un modelo de permacultura y agricultura natural que ya lleva poco más de una década de existencia.
La decisión de instalarse en el campo fue tomada hace casi 15 años y sobre las convicciones que los llevó a dar el primer paso la respuesta fue simple, y a la vez contundente: “El valor a la vida y el tiempo que nos queda transcurrir en ella”. Y a esto también sumó las respuestas a cuestiones sobre dónde y cómo elige despertar, qué tareas quiere realizar, para qué, entre otras claridades.
Como contó, llegaron a esta elección de vida luego de abrirse camino cada uno por su lado en diferentes estudios y trabajos, que luego fueron la fuente de herramientas e inversiones en varios sentidos, depositados en ese lugar que se llama Savia Alegría.
“Hablando de conocimiento podría decirse que el estudio de la permacultura de Bill Mollison y la agricultura natural de Fukuoka, son buenos maestros. Y luego como bien dicen, cada agricultor con su librito”, expresó Marcos, sabiendo por experiencia que sobre la marcha se siguen sumando cada día más conocimientos.
“Conocer la naturaleza es conocerse a uno mismo y como uno cambia cada día, esto se vuelve cíclico haciéndose infinito”, reflexionó.
Todos los caminos llevan al aprendizaje
Desde ya que estos dos ejemplos no son los únicos, sino que reflejan una tendencia cada vez más potente, donde las nuevas generaciones prevalecen la conexión consigo mismos, con la naturaleza y la conciencia ambiental para el desarrollo de su proyecto de vida. Y si bien todo fluye cuando es así, no quiere decir que no existan algunos contratiempos, aunque todos coincidieron en el aprendizaje que atravesarlos deja, más un sinfín de beneficios que es mejor vivirlos que enlistarlos.
En el caso de Mailen y Pablo, revelaron que en realidad se le presentaron más que nada limitantes de uno mismo. El hecho de desaprender para aprender desde otras miradas y reconociendo en cada uno las limitaciones que se pone para seguir evolucionando y aprendiendo.
“Tener paciencia, no frustrarse. Las limitantes fueron más en relación a uno mismo porque todo lo demás como el capital, fue apareciendo a medida que fuimos destrabando internamente”, señalaron.
Después, más que nada con los vínculos, explicaron que ellos lo trabajan sobre qué es eso que vienen a mostrar las relaciones para atravesar esas dificultades y así convertirlas en aprendizajes.
“Dificultades son miles como en todo proyecto”, afirmó Marcos que prefirió no detenerse en enumerarlas, sino que eligió enfatizar que cada una es fundamental y no pesan a la hora de tomar la decisión. “El objetivo es tal que empaña cualquier ‘problema’, y esas dificultades están como aprendizajes constantes, tanto para la tarea con la tierra como para uno”, aseveró.
Por otro lado, identificó que tanto el proyecto como lo humano dejarían de existir si no van de la mano uno de otro, sin embargo si debiera centrarse solo en lo personal rescató como un desafío el autoconocimiento, y con él el beneficio de la independencia. “No veo ni noto dificultades con la tierra o el humano que sean importantes como para no valorar el camino, el objetivo por decirlo alguna manera, de la vida cerca de la naturaleza”, insistió.
Invitación a vivir la experiencia
Desde ambos emprendimientos percibieron más gente que intenciona, se encamina o ya ha concretado asentarse en las zonas rurales, abastecerse de su producción e incluso vivir económicamente de ella.
“Creo que nuestra esencia está más cerca de la tierra y de esos ritmos. Entonces hay una necesidad interior que nos va a llevar a estar más cerca de ella. Del campo. De la maravilla que es producir nuestros alimentos, consumirlos y nutrirnos no sólo del alimento en sí sino el estilo de vida que llevamos, el aire que respiramos”, postuló Mailen, optimista sobre la ampliación de la conciencia.
“Creo que en la actualidad hay unas nuevas ganas de empezar a estar mejor de una buena vez. Y una opción es salir un poco de las grandes civilizaciones”, resumió Marcos, que incitó a cada integrante de esta sociedad a cuestionárselo y apreciar cómo viven los otros, incluso invitó a conocer ese día a día que lleva en el paraje De la Canal.