“La misa va hacia el cielo...”
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(Frase atribuida a un mártir de La Vendée. 1793)
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Accedé a las últimas noticias desde tu email“Liberté, egalité, fraternité ou la mort” era la divisa completa original de la Revolución Francesa. Sin lugar a dudas, la última palabra —después suprimida— sería la constante que sostendría todo el proceso histórico. Lo que comenzó como una legítima aspiración de cambio con la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, poco después de la toma de la Bastilla, se transformó en un proceso sangriento y caótico de asesinatos masivos e injustificados durante el Terror liderado por Robespierre, que finalizaría, luego de un breve interregno de moderación, con el imperio de Napoleón Bonaparte.
La Revolución tuvo, naturalmente, enemigos debido a la pérdida de sus privilegios. Estos incluían a la nobleza (aunque muchos de ellos fueron ejecutados a pesar de apoyarla, solo por su origen social); la Iglesia Católica, cuyos bienes y tierras fueron confiscados y muchos de sus monasterios destruidos. Pero en especial los clérigos, obligados a jurar por la Revolución por encima de su juramento sacerdotal o a soportar persecución, muerte o exilio, y los feligreses, forzados a renunciar a su fe y privados de sus pastores. Por otra parte, contó con importantes apoyos, como el pueblo llano, que padecía hambruna por la pésima política económica y social de la monarquía, las guerras perdidas y las malas cosechas; sectores intelectuales que veían en la Ilustración el camino para un orden social más justo, y la burguesía, que disponía de recursos pero no del poder que detentaba la nobleza —y que se beneficiaría adquiriendo las tierras confiscadas—.